1 ago 2013

Traicion (adap) cap 16 (final)

▣ Chapter: 16 (final)


La nieve tenía ya bastantes centímetros de espesor cuando salieron al exterior, y Benjamin maldijo en voz alta al ver que el sendero de entrada estaba bloqueado.

-Todo saldrá bien, no te preocupes -le sonrió Mariana, pero de repente la molestia que había sentido en la espalda durante todo el día se convirtió en un dolor casi insoportable: la primera contracción.

- ¿Lali? Diablos, Lali, ¿qué es? ¿Qué te pasa?



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Benjamín se estaba dejando arrastrar por el pánico. Ese pensamiento se abrió paso a través del dolor en el cerebro de Mariana, y levantó la cabeza para ver su mirada de horror. Nunca antes había visto tanto horror en un rostro humano. Y entonces se dio cuenta. La madre de Benjamin. La madre de Benjamin había muerto dando a luz a su hermana pequeña cuando él sólo tenía diez años. Y aquel había sido un parto prematuro... como el suyo. Benjamin tenía sus propias heridas del pasado que aún debían cicatrizar.

-Estoy bien, esto es perfectamente normal - forzó una sonrisa-. Tú retira la nieve para que podamos salir a la carretera principal; disponemos de mucho tiempo -«por favor, Dios mío, dame tiempo...», rezaba en silencio.

-Siéntate en el coche -todavía le temblaba la voz pero había vuelto a ser el Benjamin de siempre, y una vez que la acomodó en el asiento delantero, envuelta en una manta, se dedicó a limpiar el sendero de nieve como un poseso.

La siguiente contracción llegó apenas cuatro minutos después, y Mariana necesitó de toda su fuerza de voluntad para permanecer serena y hacer sus ejercicios de respiración. Estaba asustada y ansiaba llegar al hospital lo antes posible.

Una vez que salieron a la carretera, recorrieron las calles de aquel Londres medio cubierto por la nieve. Afortunadamente el estado de las calles empezó a mejorar conforme se acercaban al hospital.

-Un poquito de nieve e Inglaterra se bloquea.

Benjamín estaba concentrando todo su terror y ansiedad en el tiempo, frunciendo el ceño con expresión feroz, y de repente Mariana empezó a ver el lado cómico de aquella situación.

-Esto habrá que contárselo a los nietos -comentó; ya sólo estaban a dos calles del hospital-. Por cierto, que la mejor historia sería que diera a luz aquí mismo, en el coche, ¿no te parece?

-No -muy levemente, Benjamin se las arregló para sonreír. Afortunadamente, el hospital ya estaba a la la vista.

Una vez que frenó frente al módulo de maternidad, insistió, para mortificación de Mariana, en sentarla en una silla de ruedas. Se sentía ridícula mientras atravesaba las salas en esas condiciones, pero una nueva contracción la asaltó y aquel detalle dejó ya de importarle...

En cuestión de minutos estuvo instalada en un quirófano, con Benjamin a su lado cubierto con una bata, y con una partera regordeta y de aspecto maternal asomándose entre sus piernas y sonriendo de felicidad.

-Ha estado muy ocupada, señora Amadeo -le comentó con tono aprobador y acento irlandés, que hizo sonreír tanto a Benjamin como a Mariana-. No durará mucho -añadió, reconfortante-. Lo está haciendo muy bien.

Pero el concepto «mucho» era relativo, y sobre todo en las presentes circunstancias. Tres horas después Mariana ya estaba a punto de jurar voto de celibato, pero entonces, justo cuando había decidido que ya no podría soportar más el dolor, comprendió que ya había llegado el momento de pujar. Nunca en toda su vida se había sentido tan feliz.

Benjamín apenas podía dar crédito a la fuerza con que Mariana le agarraba la mano. Todo el mundo en aquella sala parecía saber lo que estaba haciendo, Mariana sobre todo, y él estaba superando aquel antiguo terror que sintió de niño ante la muerte de su madre... por medio del milagro de la vida que se estaba desarrollando delante de sus ojos.

A las nueve y diez todo pareció acelerarse. Mariana dio un enorme y último empujón, y en lugar de la manera lenta y progresiva que había esperado Benjamín, vio cómo su hijo salía disparado al mundo con toda la fuerza de un verdadero Amadeo. Y realmente era grande. Tenía las manos y los pies grandes, y una diminuta mata de cabello castaño.

-Es un niño, Lali -le informó con un tono tan emocionado que a la propia partera se le saltaron las lágrimas mientras cortaba el cordón umbilical y envolvía al bebé en una manta, antes de entregárselo a la madre.

-Hola, pequeñín...

Mientras Mariana lo observaba, el crío parpadeó y dio un gran bostezo; de inmediato la miró con extrañeza, como preguntándose cómo había ido a parar allí. Luego una joven enfermera se dedicó a pesarlo y a hacerle el examen de rigor.

-Pesa bastante más de cuatro kilos -los informó-. Cuatro kilos y cuatrocientos noventa gramos, y mide casi cincuenta centímetros.

-Y la mamá no necesita ni un solo punto, ni uno -comentó la partera con expresión aprobadora-. Cómo va a llamarlo? -le preguntó a Mariana mientras ataba una diminuta etiqueta al tobillo del niño.

-Santiago -contestó, sonriendo a Benjamín. Santiago había sido el nombre de su padre y uno de los que habían barajado en caso de que fuera niño. Y en aquel momento le parecía el más adecuado.
Volvieron a entregarle a Santiago , mientras las enfermeras se retiraron después de prometerles que volverían pronto con dos tazas de té.

-Es precioso, Lali -Benjamin estaba sentado en la cama, rodeando los hombros de Mariana con un brazo mientras que con la otra mano acariciaba tiernamente la carita del niño-. Gracias, amor mío. Gracias.

-Te amo -Mariana le sonrió emocionada-. Te amo tanto...

Ya no había reservas ni temores; sólo un inmenso amor que presagiaba años de pura y gozosa alegría. Benjamín y ella fundarían su propia familia, pensó jubilosa. Una familia donde sus hijos siempre se sentirían queridos, preciosos frutos del profundo amor que sus padres se profesaban.

-Yo también -repuso Benjamin con voz ronca, admirando la perfecta escena que formaban su esposa y su hijo, y preguntándose si habría algún hombre en el mundo tan feliz como él en aquel preciso momento.
Se inclinó para besarla, y Mariana le devolvió el beso apasionadamente mientras acunaba a su bebé. Ya habían desperdiciado demasiado tiempo en el pasado. Ya se había liberado de todas sus dudas y miedos, y con amor y comprensión le enseñaría a Benjamin que podría compartirlo todo con ella dado que era su alma gemela, su compañera para siempre. El futuro era suyo, de los dos, e iba a ser glorioso.

Y cuando la puerta se abrió unos minutos después, y la enfermera anunció:

-Aquí les traigo el té.

Ninguno de los dos la oyó.




- THE END -

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