16 jul 2013

Traicion (adap) cap 8

▣ Chapter: O8


-No seas... -Mariana se interrumpió bruscamente, ruborizada.

-¿Lo ves? -inquirió Benjamin, acercándose cada vez más a ella-. La muy tímida Lali, siempre dispuesta a encerrarse en su castillo de hielo para que nadie pueda tocarla. Pero yo sí te toqué, ¿se acuerda, señora Amadeo? Consentiste en ser mi esposa y vivimos una tórrida noche de pasión...

-Antes de que te levantaras de la cama para reunirte con otra mujer -lo interrumpió irritada. Tenía que poner fin a aquella situación cuanto antes-. Mira, Benjamin -aspiró profundamente, esperando que no le temblara la voz-. Antes estaba hablando en serio: no creo que esto sea una buena idea. Es algo inútil y acabará por perjudicarnos.


SEGUI LEYANDO...

-Al contrario, mi pequeña esposa; es una exce¬lente idea -replicó Benjamin con tono burlón-, y no te olvides de que los encuentros como éste forman parte de nuestro trato. El compromiso -le recordó-. Yo he hecho muchas concesiones. Espero que tú también lo hagas.

-No estás siendo justo...

-Justo? ¿Qué es lo justo? -exclamó, cambiando bruscamente de tono-. ¿Cuándo es justa la vida, Mariana? ¿Era justo que muriera mi madre cuando yo era un niño? ¿Y que tuviera que ser testigo de cómo mi padre se mataba bebiendo porque no podía vivir sin ella?

-Benja...-lo miró fijamente, horrorizada por aquellas revelaciones-. Tú nunca me lo dijiste; no lo sabía.

-Hay muchas cosas que no sabes sobre mí.

-¿Cómo... cómo murió tu madre? -le preguntó Mariana con tono suave. En los primeros momentos de su noviazgo Benjamin le había mencionado que sus padres habían muerto, pero no le había explicado nada más. En aquel tiempo los dos habían vivido inmer-sos en una burbuja de felicidad, y realmente nunca habían pasado mucho tiempo solos; de hecho, casi no habían hablado en profundidad de ningún tema.

-Dando a luz a mi hermana -el tono de Benjamin era tranquilo, incluso sin expresión, aunque no podía disimular el dolor que traslucía su mirada-. Hubo complicaciones y el parto empezó antes de tiempo.

-¿Y? ¿Qué le sucedió a ella?

-Ahora no, Lali. Ya te lo contaré en otra ocasión.

Por un momento Mariana se sintió como si hubiera recibido una bofetada en plena cara, pero de repente lo comprendió todo: Benjamin no quería alarmarla sobre su propio estado.

-No te preocupes, Benja, prefiero que me lo digas ahora. No me afectará -declaró con firmeza-. Este bebé... -se llevó una mano al vientre-... estará perfectamente, y yo también.

-Mi madre era muy hermosa -le explicó con tono suave, cediendo al fin-. Hermosa, buena y cariñosa, pero nunca fue muy fuerte. Al parecer estuvo meses enferma después de mi nacimiento, y los médicos le advirtieron que sería peligroso tener otro hijo. Pero era italiana... -añadió con un tono un tanto triste-... y para ella las familias numerosas eran una forma de vida. No sé si logró convencer a mi padre de que tuviera otro hijo cuando yo tenía diez años, o si se trató de un error, pero en cualquier caso lo pagó con su vida. El bebé nació muy débil y también murió unas horas después. Mi padre perdió el juicio, enloqueció, y mis abuelos, preocupados, me llevaron a vivir con ellos durante algunas semanas... hasta que yo insistí en regresar.

Mariana se dio cuenta entonces de que tenía los ojos llenos de lágrimas y parpadeó para contenerlas, mientras se concentraba en el relato de Benja:

-Cuando la rabia lo abandonó, también lo hizo el deseo de seguir viviendo. Empezó a beber: una botella de whisky, dos o incluso más por noche. Ningún cuerpo humano podía resistir ese maltrato sistemático. Recuerdo que no lloré en su funeral; creo que du-rante los años anteriores ya me había quedado sin lágrimas.

Mariana evocó la insoportable imagen de un pequeño Benja de diez años de edad, dolido por la muerte de su padre y desesperado de ver cómo se mataba su padre sin que pudiera ayudarlo.

-Así que... -Benjamin encogió sus anchos hombros, esforzándose por dominarse-... me convertí en un joven acaudalado con diecisiete años, algo que no se lo recomendaría a nadie. Estaba lleno de ira, de resentimiento supongo, y me comporté bastante mal durante un tiempo...

-Oh, cariño... -exclamó emocionada Mariana.

-Pero tuve uno o dos buenos amigos -sonrió irónico- que no tuvieron problema alguno en hablarme seriamente cuando lo consideraron necesario. En todo caso la etapa del joven salvaje pasó. Los negocios de mi padre estaban siendo administrados por gente bastante incompetente. No había nadie dispuesto a arriesgar nada, y le habían hecho perder a mi padre miles de dólares desde que mi madre murió y él perdió todo interés por la empresa.

-Así que despediste a esa gente -adivinó Mariana.

-¿Cómo lo sabes? -la miró entrecerrando los ojos.

-Sólo era una conjetura -sonrió lentamente-. Bueno, apostaría a que esa medida funcionó.

-Sí. Empecé de nuevo con un equipo de gente que gustaba de hacer las cosas a mi manera -y añadió burlón-: Algunos dicen por ahí que soy un megalómano.

-Dios me libre de pensar lo mismo -repuso Mariana con el mismo tono irónico mientras Benja le abría la puerta del coche, riendo entre dientes.

No hablaron mucho durante el trayecto de regreso a Richmond, y Mariana se preguntó si no se arrepentiría Benja de las confesiones que le había hecho. Era un hombre muy reservado, además de orgulloso, y aquel día le había revelado muchas cosas de sí mismo.

En cuanto a ella, aquellas confidencias habían conseguido romper el caparazón tras el que se había pertrechado, dejándola entristecida, confusa y con el ardiente anhelo de consolar a Benja de alguna forma. Lo cual era muy peligroso, sobre todo cuando no estaba del todo segura de que no se estaba dejando manipular por él.

Ya había oscurecido bastante para cuando llegaron al apartamento de Mariana. La negra bóveda del cielo aparecía salpicada de miles de estrellas, y hasta Mariana llegó el aroma de las flores de su ventana mientras se dejaba acompañar por Benja hasta la puerta. El ambiente era tan romántico... ¿Habrían tenido por objetivo las confesiones de Benja ablandarla y prepararla para aquel momento fundamental? ¿Esperaría acostarse con ella? Aquel pensamiento le resultaba más excitante que alarmante, llenándola de un violento deseo que apenas podía dominar.

-Buenas noches, Mariana -la voz de Benjamin sonó de repente fría y distante, y apenas le rozó los labios con los suyos mientras ella lo miraba con los ojos muy abiertos, absolutamente sorprendida. Luego, sin añadir palabra, subió a su coche con insultante tranquilidad.

Bueno, aquel gesto la había puesto en su lugar, pensó Mariana. Todavía seguía inmóvil cuando el deportivo desapareció al final de la calle, y aún transcurrió un minuto antes de que abriera la puerta de su apartamento.

Después de servirse un vaso de leche en la cocina, tomó un relajante baño caliente. Tenía los ojos cerrados cuando sintió que el bebé le daba unas pataditas.

-Hola, cariño -murmuró; había contraído el hábito de hablarle al bebé cuando estaba sola-. ¿Eres niño o niña? -le preguntó con tono suave-. Aunque eso no importa. Eres fuerte y eso es lo principal, y sea cual sea tu aspecto, para mí serás precioso.

Se quedó sorprendida al darse cuenta de que estaba llorando. No sabía si lloraba por el bebé, al que tendría que cuidar sola, o por Benja... El Benjamin de diez años que le había encogido el corazón, y también el propio hombre que se lo había conquistado. O quizá aquellas lágrimas fueran por su madre, que jamás había disfrutado realmente de la experiencia de la maternidad.
Pero por encima de todo, pensó mientras salía de la bañera y se dirigía al dormitorio, lloraba por ella misma. Porque quería a Benjamin. Lo amaba y deseaba, y no quería tener que criar a su hijo sola.

¿Le habría dado una segunda oportunidad si no se hubiera quedado embarazada?, se preguntó mientras se ponía su camisón con manos temblorosas. ¿Habría esperado a que se cansara de Gina, a que aprendiera a amarla como ella lo amaba a él? Probablemente. No le gus¬taba admitirlo, pero probablemente habría hecho eso.

Sin embargo, no disponía de tal opción. El bebé era demasiado importante como para arriesgarlo educándolo en un hogar conflictivo, con una madre desesperada por un marido cuya propia vida no le parecía tan detestable como a ella. No podía asumir el riesgo de que Benjamin pudiera cambiar; ya no.

Ni siquiera se trataba solamente de su aventura con Gina, pensaba Mariana mientras se tumbaba en la cama y cerraba los ojos. Benjamin nunca comprendería que ella necesitaba compartirlo todo con él como esposo y amante suyo... Quizá aquello fuera fruto de una solitaria y desgraciada infancia, pero Mariana no podía soportar el pensamiento de un matrimonio en el que los cónyuges siguieran caminos tan opuestos.

De pronto, el recuerdo del dolor que había visto brillar en los ojos de Benjamin cuando le habló de su infancia se le clavó en el corazón. Cuando reflexionaba sobre ello, no sabía qué era peor: si tener una infancia idílica hasta la edad de diez años y ver entonces cómo aquella felicidad se hacía añicos, o padecer el tipo de infancia que ella misma había tenido. Al menos ella se había ahorrado el dolor de haber experimentado lo que siempre echaría de menos, como fue el caso de Benjamín.

Intentó dormir, pero su cerebro continuaba diseccionando cada instante de aquella tarde, cada palabra que había sido pronunciada, cada gesto y cada movimiento, hasta que creyó volverse loca.

¿Qué estaría haciendo Benjamin en aquel preciso momento? Aquella pregunta la tomó por sorpresa, obligándola a incorporarse para encender la lámpara de la mesilla. Intentó decirse que no tenía por qué importarle lo que estuviera haciendo. No podía permitirse pensar esas cosas; la debilitaban demasiado...

Se dijo que se sentía inquieta por haber pasado aquel día con Benjamin; eso era todo. Desde el principio había sabido que la desquiciada idea de salir a pasear con él no funcionaría... al menos para ella. Aquello era demasiado amargo y doloroso, aunque evidentemente Benjamin podía soportarlo bien.

¿Estaría pasando aquella noche con Gina? Aquel pensamiento le gustaba todavía menos que el anterior; tenía que atajar de inmediato aquella dinámica autodestructiva. Un libro. Necesitaba leer un rato, pensó decidida.

Leyó durante una hora o más, obligándose a concentrarse en el libro, pero no pudo recordar nada de lo que había leído cuando finalmente volvió a acostarse. Transcurrió algún tiempo antes de que se sumiera en un inquieto sueño lleno de pesadillas, donde una niña pequeña corría, aterrada y sola, por extraños e interminables pasillos. Y cuando se despertó a la mañana siguiente, no pudo menos que reconocer que todavía le quedaba un largo trecho hasta poder expulsar a Benjamin Amadeo de su corazón y de su vida.

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