15 jul 2013

Traicion (adap) cap 7

▣ Chapter: O7

Coral recibió la noticia de que iba a ser abuela incluso peor de lo que había esperado Mariana.

-Lo has hecho solamente para fastidiarme, ¿verdad?

Coral agarró la copa de vino con tanta energía que derramó un poco en el fino mantel de la mesa. Se encontraban en el pequeño y lujoso restaurante al que la había invitado Mariana. Su generosidad tenía un oculto motivo: sabía que su madre jamás montaría una escena en un local tan selecto como el Chaucer's.

-Es típico de ti -insistió Coral-. Desde que naciste has estado haciendo estas cosas.


SEGUI LEYENDO...

-No lo creo, madre -repuso Mariana con un tono ligero y desenfadado. Ya había padecido múltiples discusiones como aquella, y la única manera de sobrevivir era mantener intactos los nervios-. Creo que más de uno lo habría notado si lo hubiera hecho antes.

-¿Te parece adecuado bromear sobre algo así? -le preguntó con tono cortante.

-Madre, simplemente te he dicho que estoy esperando un bebé.

-¿Y qué piensa Benjamin de ello? Él es el padre, ¿no?

-Por supuesto que es el padre, y está... está encantado -respondió Mariana, disimulando su nerviosismo.

-Así que has vuelto con él, entonces... -comentó Coral, algo esperanzada.

-No, no exactamente -levantó la barbilla-. En realidad no. Yo... yo pretendo tener este bebé y criarlo sola.. Y el divorcio se hará tal y como lo tenía planeado -explicó con el tono más equilibrado del que fue capaz.

-¿Es que te has vuelto loca, niña? -Coral la miraba estupefacta-. Ese hombre es un Amadeo; ¿eso no significa nada para ti? Es enormemente rico y poderoso; con él jamás te faltaría de nada...

-No tengo intención de seguir hablando de esto contigo, madre. Ni ahora ni nunca -declaró Mariana con expresión sombría.

-¿De verdad? -Coral tuvo que interrumpirse cuando el camarero apareció con el primer plato-. Ahora entiendo por qué te has estado escondiendo durante las últimas semanas -añadió cuando volvieron a quedarse solas-. Tenías vergüenza de decírmelo, supongo.

-No me he estado escondiendo -Mariana aspiró profundamente-. De hecho, he estado trabajando.

-¿Trabajando? -Coral la miró horrorizada.

-En una floristería -en realidad Mariana estaba disfrutando a placer de aquel momento.

El tenso silencio que siguió fue más explícito que cualquier estallido de furor por parte de Coral y duró toda la comida, hasta que Mariana pagó la cuenta y ambas salieron a la calle.

-¿Para cuándo esperas tener el... -le preguntó su madre con frialdad, señalándole despreciativa mente el vientre-... el bebé?

-Para finales de diciembre -respondió Mariana con tono firme. No iba a ponerse a llorar y menos todavía en medio de la calle, se dijo con decisión.

-Pasaré las vacaciones de navidad en las Bahamas -Coral le lanzó esa información como queriéndole dar a entender que se marcharía de vacaciones en cualquier época del año, siempre y cuando coincidiera con el nacimiento del bebé.

-¿Ah, sí? -Mariana ignoró aquella indirecta y forzó una sonrisa-. Qué bien. Seguro que te lo pasarás estupendamente. ¿Estarás fuera hasta Año Nuevo?

-Sí -Coral levantó una mano con gesto autori¬tario para parar un taxi-. ¿Quieres que te deje en alguna parte, Mariana?

Era un ofrecimiento frío y desdeñoso, y Mariana utilizó el mismo tono cuando respondió:

-No, gracias. Tengo que hacer algunas compras.

Coral asintió en silencio y subió al taxi sin mirar atrás. Mariana no se movió de donde estaba, observando cómo se perdía el vehículo en medio del denso tráfico, y sólo por un instante la terrible angustia que había marcado su infancia volvió a asaltarla. La falta de cariño era un sentimiento horrible, devastador...

-¿Cómo te ha ido?

La voz profunda y masculina que resonó a su espalda la hizo volverse con tanta rapidez que a punto estuvo de perder el equilibrio.

-Benjamin -lo miró sorprendida, desaparecida su anterior depresión-. ¿Qué estás haciendo aquí?

-Hace una estupenda tarde de sábado y no tenía demasiado que hacer -respondió con naturalidad, empezando a pasear con ella del brazo-. Había pensado en dar un pequeño paseo, ver los escaparates, disfrutar de la caricia del sol...

Mariana lo miró extrañada: Benjamin siempre tenía muchísimas cosas que hacer, y resultaba insólito que quisiera ver los escaparates de las tiendas... y más aún disfrutar de «la caricia del sol».
Aquél no era para nada su estilo.

-¿Has venido porque pensabas que estaría muy afectada después de la conversación con mi madre, verdad?

-En parte sí -afirmó con tono ligero-. Bueno, ahora tenemos para disfrutar el resto de la tarde. ¿Qué te gustaría hacer? Estoy a tu más absoluta disposición, mi querida Lali.

Mariana sintió un nudo de emoción en la garganta: Benjamin se había acordado de ella. Se había preocupado por la manera en que podría haberle afectado su encuentro con su madre. Lo estaba mirando fijamente con los ojos brillantes por las lágrimas, esforzándose por contenerlas, cuando de pronto Benjamin agregó:

-Vamos, Lali, ya sabes cómo es la bruja... No ha podido sorprenderte demasiado...

Mariana se dijo que había malinterpretado su reacción, pensando que seguía alterada por culpa de su madre. Tenía que recordarse quién era en realidad Benjamin; eso no podía olvidarlo ni por un momento. Era como un camaleón, inteligente y astuto a más no poder: en suma, un temible adversario para ella.

-Tengo un barco anclado en Henley -le informó Benjamin al cabo de un momento-. ¿Te apetecería pasar la tarde en el río?

-Benjamin... -Mariana se volvió para mirarlo, turbada-. No creo que sea una buena idea.

-¿Por qué no? -le preguntó él, frunciendo el ceño-. A ti te gusta el agua, ¿no? Y además, allí estaremos tranquilos. No me gustan las multitudes.

Pero en medio de las multitudes era donde Mariana se encontraba a salvo.

-¿No habrás quedado con nadie, verdad? -Benjamin había cambiado de tono de voz, y su ceño se había profundizado.

Por un instante Mariana pensó en mentirle, pero su problema principal consistía en que ella misma quería acompañarlo: ansiaba estar con él. Además, en el futuro no era probable que disfrutara de muchas tardes como aquella.

-No -respondió al fin.

-De acuerdo entonces -repuso Benjamin con tono suave, ya más tranquilo.

La ciudad georgiana de Henley, con sus pubes y tiendas del siglo XV, ofrecía un aspecto vivo y colorido cuando Benjamin aparcó su deportivo en el muelle. El velero era amplio, pero al fin y al cabo era un barco, y una vez dentro Mariana tuvo la sensación de que la magnética y viril presencia de Benjamin se agrandaba en aquel espacio tan limitado, aumentando de esa forma su carga de peligro.

-¿Te apetece beber algo? -le preguntó Benjamin mientras abría la nevera y le mostraba su contenido.

- Espero que ahí dentro tengas bebidas suaves, Benja. No puedo tomar alcohol hasta que nazca el bebé.

-¿Ni siquiera una copa? -inquirió persuasivo-. ¿O media?

-Nada -negó sonriendo-. Quiero asegurarme por todos los medios de que el bebé no sufra ningún daño.

Benja la miró fijamente durante un buen rato, hasta que extendió una mano para acariciarle una mejilla con exquisita ternura, acelerándole el corazón.

-Creo que ese bebé no sabe lo afortunado que es.

Mariana no podía soportar aquello; era incapaz de combatir el dulce anhelo y el doloroso deseo que le despertaba su contacto.

-Lo dudo. No creo que sea un comienzo muy afortunado tener unos padres divorciados.

-Nosotros aún no lo estamos -repuso Benjamin con tono sombrío; la tierna expresión de su rostro acababa de desaparecer como por arte de magia.

-Pero estamos muy cerca de ello -insistió ella, desafiante.

Benjamín no pudo menos que preguntarse cómo podía ofrecer un aspecto tan dulce y vulnerable... y al mismo tiempo ser tan condenadamente testaruda. Sin embargo, se obligó a adoptar un tono suave y tranquilo al confesarle:

-Yo no quiero el divorcio, Lali.

-Ya lo supongo -afirmó lacónica.

-¿Qué quieres decir?

-Si permanecemos casados, seguirás teniendo todo lo que deseas, ¿no? Una esposa consciente de sus deberes, quizá un hijo y heredero para perpetuar el apellido Amadeo, un lucrativo negocio de fusión...-enumeró Mariana, sin atreverse a mencionar el nombre de Gina.

-El negocio habría salido adelante de todas formas, tanto con matrimonio como sin él -repuso Benjamin, dominándose-. Y yo nunca he mezclado los negocios con el placer. De todas formas... esta tarde no tenía intención alguna de discutir contigo.

-¿No? Bueno, entonces lamento no haber podido satisfacer las expectativas del gran Benjamin Amadeo -le espetó Mariana-. Ni en sueños estoy dispuesta a dejar que me manipules.

-Ah, hablando de sueños... los míos son bastante diferentes, y muy entretenidos -le comentó Benjamin con tono suave.

Lo había hecho otra vez, pensó Mariana. Se había metamorfoseado delante de sus ojos . El sensual tono de voz que había utilizado y el brillo de su mirada hablaban con demasiado claridad del tipo de sueños al que se había referido. El mismo tipo que había tenido que padecer ella.

-No estoy interesada en mantener esta conversación y...

Pero ya era demasiado tarde. Benjamin ya había tomado su rostro entre las manos para besarla apasionadamente en los labios, hasta que Mariana se descubrió a sí misma gimiendo de deseo.

-Eres maravillosa, ¿lo sabías? -le susurró él-. Tímida y provocadora al mismo tiempo. Me excitas. Me excitas hasta volverme loco de deseo... Bésame, Lali. Dime que me deseas; dímelo.

Sembraba de pequeños y exquisitos besos sus labios, sus párpados cerrados, sus oídos, su cuello, derritiéndola de placer. Mariana perdió el aliento cuando sintió la caricia de sus pulgares en los pezones, y ardientes temblores de deseo empezaron a convulsionar su cuerpo. ¿Qué estaba haciendo?, se preguntó en un momento de lucidez mientras se tumbaba en el sofá seguida de Benjamin, que no dejaba de besarla con aquella boca tan dulce como la miel.

-Te deseo con locura, Lali.

-Tú no... yo no puedo...

Lo que decía Mariana no tenía sentido, pero Benjamin en todo caso parecía comprender su incoherente murmullo, arrodillado en el suelo a su lado mientras le desabrochaba los diminutos botones de perlas del vestido. Las manos le temblaban mientras murmuraba

-Haré todo lo que quieras, corazón. Eres mía, Lali.

Pero en aquel instante Mariana se incorporó con rapidez, extendiendo los brazos y provocando que Benjamin perdiera el equilibrio y cayera pesadamente al suelo. «Mía», aquella palabra resonaba sin cesar en su cerebro, hablando de posesión, de control de su vida... Ya se había levantado del sofá y estaba alisándose el vestido cuando advirtió que Benjamin no se movía.

-¿Benjamin? -observó su gran cuerpo, extrañamente vulnerable en aquella inmovilidad-. Benja, ¿te encuentras bien? - seguía sin moverse y, para su horror, advirtió que tenía una mancha de sangre en la frente-. ¡Benjamin!

Su grito debió de obrar el milagro, porque de inmediato Benjamin se movió ligeramente, parpadeando.

-Benja, Benja... oh, lo siento... ¿qué es lo que he hecho?

Mariana no fue consciente de que estaba sollozando en voz alta hasta que Benjamin le preguntó con voz débil:

-¿Con qué diablos me he golpeado?

-Me temo que con una esquina del armario - contestó Mariana, entre lágrimas-. Oh, Benja, lo siento.

-Maldita sea, Lali... -se sentó en el suelo mientras ella se arrodillaba a su lado, sujetándolo por los hombros-. La próxima vez que quieras decirme «no», ¿por qué no te limitas sencillamente a pronunciar la palabra... sin recurrir al maltrato físico?

Su tono de voz era irónico aunque no dejaba de traslucir cierta vergüenza, lo cual hizo que Mariana se sintiera aún más culpable. No había tenido intención alguna de golpearlo, se repetía asustada; por supuesto que no. Había sido un simple accidente.

-¿Llamo a... a un médico? -le preguntó tentativamente.

Al parecer eso fue lo último que debería haber dicho, a juzgar por la mirada con que Benjamin la fulminó.

-No, gracias -dijo con una dignidad que hablaba bien a las claras de su orgullo herido.

-Déjame ayudarte. Por favor, Benja...

-No; puedo arreglármelas perfectamente solo, Mariana. Me he dado un pequeño golpe en la cabeza; eso es todo.

Pero cuando se levantó del suelo con gran esfuerzo, Mariana se quedó tan asustada pro su palidez que le pasó un brazo por la cintura para ayudarlo a salir a cubierta.

-¿Quieres que te traiga una bebida?

-Sí, por favor -aceptó Benjamin-. Pero que sea champaña. Dicen que no hay nada mejor que el champaña cuando te pega la mujer de tu vida.

-Yo no te he pegado -se apresuró a protestar Mariana, avergonzada.

-No sé si eso es peor o mejor.

Fue Benjamin quien descorchó la botella, y Mariana también quiso beber una copa, porque necesitaba algo más fuerte que un simple zumo de fruta. La imagen de su cuerpo inmóvil a sus pies sería algo que jamás olvidaría, reflexionó muy seria mientras Benjamin ponía en marcha el motor para navegar por el río.

Al principio estuvo tan tensa como las cuerdas de un violín, pero no tardó en empezar a relajarse y a disfrutar de aquella soleada tarde de finales del verano. Benjamin consintió que le limpiara el corte de la frente cuando más tarde se detuvieron para comer, pero no hizo esfuerzo alguno por volver a tocarla... algo de lo que Mariana no podía culparlo. Su afecto era simplemente amistoso, nada profundo. Eso la convenía, porque era exactamente lo que había querido. Y sin embargo no podía evitar sentirse dolida...

El atardecer ya iluminaba el cielo con sus tonos rojizos y dorados cuando al fin volvieron al muelle. Mariana había disfrutado mucho, tal vez demasiado, y esa convicción hizo que la voz le temblara en el momento de dar las gracias a Benjamin por aquel maravilloso paseo.

-El placer ha sido mío -repuso él con naturalidad, su silueta oscura recortada contra el cielo de la noche.

-Y yo... lamento lo que sucedió antes...

-Olvídalo -se inclinó hacia delante, tanto que Mariana pudo oler el fragante aroma de su piel, y la besó levemente en los labios antes de añadir burlón-: No hay ganancia ni beneficio sin un poco de dolor: ¿no es eso lo que dice la gente?

-Tú no has ganado nada -le señaló ella con tono suave.

-El placer de pasar un día contigo. Me gusta estar contigo, Lali. Siempre me ha gustado. Eso es ganancia suficiente.

Mariana no pudo evitar pensar, sin embargo, que también le gustaba estar con Gina. Por un momento casi creyó haber pronunciado las palabras en voz alta. Algunos hombres nunca se conformaban con una sola mujer,. como había sido el caso de su padre. Linda Ward había sido su amante durante años, y probablemente habría habido otras antes que ella. Pero Mariana no era como su madre; jamás aceptaría a otra mujer en la vida de Benjamin.

-A ti te gusta estar con mucha gente. Recuerdo que durante nuestro noviazgo apenas estuvimos un momento a solas -no era exactamente lo que había querido decirle, pero la perspectiva de una nueva discusión con Benjamin le resultaba insoportable.

-No, nunca me ha gustado, y mucho menos desde que te conocí -repuso Benjamin con tono suave-. Pero todavía no me crees. Ya lo harás algún día; puedo esperar.

-Benja, no soy ninguna estúpida. Y no creo que sea prudente que nos veamos de esta manera. No nos hace ningún bien a ninguno de los dos.

-¿Por qué? ¿Temes que llegue a gustarte demasiado?

Acababa de acertar en su punto débil, y Mariana replicó con frialdad:

-No seas ridículo.

-Siempre estás diciendo eso, ¿verdad? -señaló Benjamin con tono reflexivo. Ya habían llegado al coche; Mariana se había apoyado en la puerta y él la había acorralado colocando ambas manos a los lados, sin tocarla pero mirándola intensamente a los ojos-. «No seas estúpido, Benja. Para ya. Yo no puedo, tú no debes...»

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Lo Mas Leido