13 jul 2013

Traicion (adap) cap 6

▣ Chapter: O6


-¿Qué dia...? No te muevas, quédate exactamente donde estás.

Se reunió con ella en dos zancadas, pisando los pedazos de cristal con sus pesados zapatos, y la levantó en brazos antes de que pudiera pronunciar una sola palabra. De inmediato la llevó al pasillo, donde se detuvo sin hacer ningún intento de bajarla al suelo.

-¿Cómo es que vas descalza, Lali? -le preguntó con tono irónico, mirándola con extraña intensidad.

-Yo... no me gustan los zapatos -advirtió que Benjamin se había quitado la chaqueta del traje y, en aquel momento, con la mejilla apretada contra la fina seda de su camisa, podía aspirar el delicioso aroma de su piel-. Nunca me han gustado -añadió débilmente, diciéndose que no era justo que un hombre pudiera ser tan devastadoramente atractivo, tan sexy, tan increíblemente viril...


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-Quizá sea por eso por lo que tus pies son tan perfectos -pero Benjamin no miraba sus pies; sus ojos estaban clavados en la leve humedad de sus labios.

Mariana cerró los ojos cuando su boca hizo contacto con la suya, pero aquella sensación duró apenas un segundo; el beso acabó casi antes de empezar, y la ligerísima caricia de sus labios no fue ni mucho menos lo que había esperado. Sorprendida, volvió a abrir los ojos.

-Parece que, milagrosamente, no te has cortado -le dijo Benjamin con energía mientras la bajaba al suelo-. Ahora quédate aquí mientras yo recojo los cristales. Supongo que tendrás un recogedor y una escoba en algún rincón de la cocina, ¿verdad?

-Yo... sí... -«domínate», se ordenó Mariana en silencio-. El recogedor está debajo del fregadero - le informó con voz temblorosa, para su propio disgusto.

Habiendo estado en sus brazos, tan cerca de su cuerpo masculino, Benjamin la había besado con una completa carencia de pasión y de deseo, pensaba Mariana. Tal vez su físico ya no lo atrayera; probablemente incluso la considerara repulsiva...

-¿Mariana?

La joven volvió a la realidad para descubrir que Benjamin había recogido hasta el último resto de cristal. El suelo de la cocina ya estaba seco y brillante.

-Oh, gracias -forzó una sonrisa.

-Te he preguntado si tenías otro jarrón donde colocar las flores -le repitió la pregunta Benjamin con tono paciente-. Podrás arreglarlas después, cuando dispongas de más tiempo.


Esforzándose por dominarse, Mariana abrió uno de los armarios de la cocina y sacó un gran jarrón, que llenó de agua en el fregadero. Una vez lleno, cuando ya se disponía a levantarlo para dejarlo en el suelo, Benjamin se lo impidió exclamando:

-¿Qué crees que estás haciendo ahora?

-¿Qué? -inquirió sorprendida-. ¿Qué pasa?

-Que estás embarazada, mujer, y no debes levantar pesos -declaró decidido mientras le quitaba el jarrón de las manos-. ¿No has asistido a algún curso, a alguna clase preparatoria para el embarazo?

-No, aún no -respondió Mariana, algo molesta-. Empiezan a finales de septiembre, pero mientras tanto me las he arreglado bastante bien, como puede que hayas notado.

-Bueno, ahora que ya has sacado el tema...

-¡Oh, cállate! -exclamó irritada-. Estaba perfectamente antes de que tú vinieras, pero como me pusiste tan nerviosa... -se interrumpió cuando ya era demasiado tarde y Benjamin la miraba con ojos entrecerrados.

-¿Yo? ¿Yo te pongo nerviosa, Lali? -parecía extraordinariamente satisfecho de sí mismo, para desesperación de Mariana.

-No exactamente nerviosa... -desvió la mirada, sin saber qué decir.

-Entonces... ¿qué, exactamente?

-Benjamin, déjalo ya... hemos estado separados, y todas estas discusiones no me están ayudando nada, y tampoco al bebé...

-Yo no quiero discutir contigo, Lali -Benjamin estaba muy cerca de ella, demasiado, y su contacto y aroma hacían que la sangre le corriera como lava líquida por las venas-. Quiero hacer algo completamente diferente.

-¿Ah, sí? -Mariana lo miraba hipnotizada.

-Quiero desvestirte muy lentamente -pronunció con tono suave- hasta que estés desnuda bajo mi cuerpo, ansiando mis caricias, mis besos...

-Benja, por favor, no hagas esto... -lo interrumpió con voz débil,. luchando contra las sensuales imágenes que estaba conjurando en su mente.

-Quiero explorar tu boca, saborearla, saborearte por entero -continuaba implacable, como si ella no hubiera hablado-. Luego mis labios reclamarán cada parte de tu cuerpo... todo tu cuerpo, Lali... -le acarició el cuello con infinita delicadeza-... aquí... -deslizó luego un dedo todo a lo largo de un seno... y aquí... -lo bajó hasta su vientre, y aún más abajo...

-No -capturó su mano justo cuando se acercaba a su sexo, respirando aceleradamente-. No me toques.

-¿Por qué? ¿Porque tú misma lo deseas tanto como yo? -le preguntó Benjamin con un tono de voz insoportablemente tierno.

-No. No, no puedo -lo empujó en vano-. No puedo hacer esto...

A Benjamin no le pasó desapercibida la desesperación que dejaba traslucir su voz y dejó bruscamente de acariciarla.

-Puedes, y lo harás. Esperaré, Lali. El tiempo corre a mi favor. Eres mi esposa, llevas un hijo mío en tu vientre y no puedes luchar siempre contra mí. Lo sabes tan bien como yo -se agachó para colocar las flores en el jarrón-. Ese niño es un Amadeo, Mariana -añadió con voz carente de emoción alguna cuando volvió a incorporarse-. Y tú eres mía, absolutamente... como yo soy tuyo.

-¿Cómo puedes decir eso? -le preguntó incrédula-. ¿Qué pasa con Gina?

-Gina es de la familia y también es amiga mía, pero nada más. Hace mucho tiempo que no había nada entre nosotros, ya antes de conocerte, pero por supuesto tú no te lo crees. De todas formas, no pienso continuar rompiéndome la cabeza contra un muro en este tema. Cuando estés dispuesta a escucharme, hablaremos; hasta entonces, puedes pensar lo que quieras.

-¿Acaso te crees un santo? -exclamó indignada-. No intentes engañarme, Benjamin.

-Jamás he pretendido ser un santo; ambos sabemos que eso sería ridículo. Todo esto no nos está llevando a ninguna parte, tu mente todavía sigue bloqueada, pero dejando a un lado nuestros sentimientos... debemos mantener abiertas nuestras líneas de comunicación por el bien de nuestro bebé. ¿Te parece bien? ¿O preferirías una guerra abierta sin vencedores? -ya había recogido su chaqueta del salón y se encontraba en el vestíbulo, mirándola intensamente-. ¿Qué me dices?
¿Quieres la paz o la guerra?

-No quiero luchar -Mariana se encogió de hombros, cansada-, pero quizá...

-No hay «quizá» que valga y, conociéndote como te conozco, estoy seguro de que no privarás al bebé de lo que le corresponde por derecho. Acabarás haciéndolo de todas formas, por las buenas o por las malas.

-Eso es chantaje -lo acusó Mariana.

-No, es la verdad -repuso Benjamin con frialdad-. pero debo tener presente que tú no siempre reconoces la verdad cuando la ves, aunque te estalle en la cara. Y.. -levantó una mano con gesto autoritario, acallando sus protestas-... no estoy dispuesto a discutir este punto.

-Oh, gracias -repuso Mariana con todo el sarcasmo del que fue capaz.

-De nada -aún tuvo la audacia de sonreír-. Escucha una cosa: no quiero que te quedes aquí sola, y tampoco me gusta la idea de que sigas trabajando. No es necesario y puede poner en peligro al bebé. Y, por supuesto, no necesito decirte que preferiría que no mantuvieras ningún contacto con William Howard.

-¿Eso es todo? -preguntó furiosa.

-Me da la impresión de que no piensas satisfacer ni uno solo de mis deseos.

-Y estás en lo cierto -le espetó Mariana.

-Entonces, en ese caso... que nos reunamos a comer o a cenar de manera regular, quizá un par de veces por semana, mientras insistas en seguir viviendo sola... ¿te parece un compromiso razonable, verdad?

-¿Qué? -tenía la desagradable sensación de que estaba siendo manipulada por un auténtico experto-. Yo no me he comprometido a nada...

-Con la condición de que si tienes algún problema, del tipo que sea, me llamarás sin falta. ¿Trato hecho?

A Mariana no le agradaba en absoluto el rumbo que había tomado la conversación. Benjamin nunca había mostrado el menor remordimiento por lo que que había sucedido. No había hablado nada con ella acerca de Gina o del trato de negocios con su madre; no le había consultado nada... su secretaria probablemente sabría más de esos detalles que la propia Mariana.

Su matrimonio había estado condenado desde el principio, pero ella había estado demasiado ciega para verlo; Benjamín no quería una esposa, sino una muñequita, pero aun así... Se llevó una mano al vientre, recordándose que en aquel asunto había más de dos personas implicadas.

-No voy a volver contigo, Benjamin.

-Estoy hablando de comer o cenar regularmente contigo, no de que nos acostemos -respondió con frialdad-. No quiero perder de vista a mi hijo, eso es todo.

Cabizbaja, Mariana se recordó que tenía razón al insistir en la separación y en el divorcio. Pero todavía lo amaba, y no podía escapar a aquel hecho. Benjamin le había hablado de compromiso, pero en esencia pretendía seguir adelante con su estilo de vida.

-Lali, no estoy diciendo que no haya cometido, errores en el pasado.

Mariana levantó la cabeza bruscamente al escuchar su voz, y no pudo evitar conmoverse por su tono de ternura. Lo miró fijamente, con las pupilas dilatadas y los labios ligeramente entreabiertos, sabiendo que podía leer sus pensamientos a la perfección. Era un formidable adversario.

-Quería protegerte del lado más áspero de la vida y de la rudeza del lenguaje de los negocios -le explicó Benjamín-. Eras tan joven e inocente cuando nos conocimos... que no quería que la vida te tocara con su lado oscuro. Porque puede llegar a ser muy, muy oscuro, Lali. Por eso... -se interrumpió, clavando la mirada en su pálido rostro-... tomé las decisiones que me parecieron más adecuadas.

-No soy una niña, Benjamin -repuso Mariana, sin saber de dónde había sacado la fuerza necesaria para hablar con tanto desapasionamiento cuando por dentro estaba temblando-. Tuve una infancia muy corta; mis padres se encargaron de ello. Muy pronto aprendí a comportarme y a pensar como una pequeña adulta. Y no quiero que mi hijo o mi hija crezca de la misma manera. No quiero que esa historia se repita.

-¿Y tú crees que yo soy como tus padres? ¿Como tu padre? -le preguntó Benjamin con tono suave, entrecerrando los ojos.

-Sí. No. Oh, no lo sé -respondió nerviosa-. Tengo la sensación de que todo ha cambiado, de que todo está patas arriba, y que yo no sé nada excepto...

-¿Excepto? -la urgió a continuar-. Sigue, Lali, cuéntamelo...

-Excepto que este bebé es el único ser que realmente me ha necesitado, que me necesita tanto como yo a él. No puede vivir sin mí, yo soy todo lo que tiene y él lo es todo para mí. Es mío y... y no renunciaré a él. Es carne de mi carne y sangre de mi sangre.

-También es mío, Lali.

Benjamín había hablado con tono suave y cariñoso, pero a la vez firme. Y estaba en lo cierto, según reconoció Mariana con amargura. También era suyo.

Se miraron fijamente durante lo que a ella le pareció una eternidad, hasta que Benjamin se despidió con una leve inclinación de cabeza, diciendo:

-Estaremos en contacto -y se marchó, cerrando la puerta a su espalda.

Mariana continuó inmóvil durante algunos minutos más, con la mirada perdida, hasta que una patadita del bebé la devolvió a la realidad.

-¿Qué te pasa, precioso mío? ¿Es que me había olvidado de ti? -susurró emocionada, tocándose el vientre con dedos temblorosos.

Entró en el salón y se sentó en uno de los sillones con un suspiro. Nunca en toda su vida se había sentido tan confusa y desorientada. Amaba a Benja, y a veces lo odiaba con igual pasión. Quería que formara parte de la vida de su hijo, y otras veces ansiaba hallarse en el lugar más remoto del mundo para que no tuviera oportunidad de posar sus ojos sobre él.

Aquello no era normal... y terminaría no en una sala de maternidad, sino en un hospital psiquiátrico si no llevaba cuidado...

No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que una lágrima le cayó en la mano. ¿Llegaría alguna vez a comprender a Benjamin? Tan pronto la sometía a los tormentos del infierno, como se presentaba en la puerta de su casa con flores y con una sonrisa que finalmente lograba desarmarla...

Pero no lo había conseguido del todo. Apretando los labios, se enjugó las lágrimas con gesto decidido. No era su propio futuro el que estaba en juego, sino el de alguien mucho más importante que Benjamin y que ella misma. Ansiaba el calor y la seguridad de un hogar para su pequeño, y si para ello tenía que compartirlo con Benjamin, estaría dispuesta a hacer ese sacrificio.

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