11 jul 2013

Traición (adap) cap 5

▣ Chapter: O5

Transcurrieron tres semanas antes de que William volviera a Londres, y para entonces, cuando ya estaba embarazada de cinco meses y una semana, Mariana ya se había resignado a revelarle su estado a su madre, fuera cual fuera su reacción. La principal fuente de su renovada fuerza partía de su propio bebé; Mariana le había sentido dar una patadita cuando estaba disfrutando de un buen baño caliente, y el amor de madre que había sentido entonces la había consumido en toda su pasión. Aquella emoción había sido realmente indescriptible, más intensa aún que la que experimentó en su primera eco-grafía.

Fiel a su palabra, William la telefoneó la misma tarde que regresó a Inglaterra, y quedaron para comer juntos más adelante aquella misma semana, una vez que hubiera terminado con los últimos trámites de su reportaje. Por eso Mariana se llevó una pequeña sorpresa cuando, a la mañana siguiente justo antes de salir para el trabajo, William volvió a llamarla.


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-¿Mariana? -inquirió perplejo-. ¿Podrías decirme qué diablos está pasando? Los informantes de tu marido deben de mantenerlo al tanto de mis más insignificantes movimientos a lo largo del globo terráqueo, porque a las siete de esta mañana ya estaba llamando a la puerta de mi casa.

-Oh, William -exclamó Mariana, avergonzada-. Lo siento de verdad...

-En parte a causa del jet-lag, y en parte porque no tenía ni la más remota idea de lo que estaba pa¬sando, escuché su discurso sin interrumpirlo con un buen puñetazo en la nariz -continuó William-. Cuando lo tranquilicé lo suficiente como para que aceptara una taza de café, resulta que tenía la idea de que tú y yo... ¿cómo lo diría? Hicimos un bebé. El bebé... su bebé.

-¿Qué... qué le dijiste tú? -susurró Mariana, llevándose una mano al vientre con gesto protector. Aquello era lo peor que podía haber imaginado.

-Que si lo que decía era cierto, que entonces se trataba de un caso de inmaculada concepción. Mariana, ese tipo está desquiciado: tan pronto quería despedazarme, como al momento siguiente me exigía que le asegurara que haría frente a todas mis responsabilidades y que te cuidaría a ti y al bebé. ¿Puedes explicarme lo que pasa?

-Lo siento... de verdad que lo siento -Mariana se dijo que debería haberle revelado a William el día anterior por teléfono las sospechas de Benjamin, sin esperar más tiempo.

-¿Le dijiste que yo era el padre? -le preguntó, perplejo.

-No, no, claro que no -se apresuró a contestar Mariana-. Pero cuando le dije a Benjamin que estaba embarazada después de que tú y yo hubiéramos comido juntos, supuso que ya que te lo había dicho a ti primero, y que por tanto tú...

-Y no le sacaste esa idea de la cabeza. Marianita, daría mi brazo derecho por que eso fuera verdad, ya lo sabes, pero se trata del bebé de tu marido y tú no puedes ocultárselo. Es tan suyo como tuyo y...

-No -Mariana quería llorar, pero ya había sollozado lo suficiente durante los cinco últimos meses como para empezar a otra vez-. Perdió todos sus derechos sobre él cuando optó por mantener a Gina en su vida. Este bebé es mío.

-Vas a tener que resolver eso con él, lo sabes ¿verdad? -le dijo William con tono suave-. Lo único que puedo decirte es que siempre estaré a tu lado para ayudarte, Marianita, siempre que me necesites, pero nunca me haré pasar por padre de un hijo que no es mío.

-¿Él... aceptó que tú no eras el padre?

-Sí, me creyó -respondió secamente William.

Mariana estaba aterrada. ¿Qué haría a partir de ese momento? Benjamin estaría tan enfadado...

-Siento haberte metido en todo esto, William. Sinceramente, no fue mi intención que esto se complicara tanto. Había decidido decirle la verdad aquel día, pero él se puso tan...

-Lo sé. ¿Quieres que vaya para allá? Tengo la sensación de que lo verás más pronto que tarde.

-No. Tendré que enfrentarme a solas con él y explicárselo todo.

-Llámame si necesitas ayuda -le ofreció William-. ¿Lo de nuestra comida sigue en pie?

-Quizá... quizá sea mejor que la retrasemos una semana o dos. Yo te llamaré -se dijo que no era justa enfadándose con William, especialmente teniendo en cuenta lo que sentía por ella. Ya lo había utilizado suficiente, aunque no de manera intencionada, y William tenía su propia vida que vivir sin que tuviera que preocuparse tanto de ella-. Adiós y... gracias por ser tan buen amigo mío.

-Adiós, Marianita -vaciló por un instante-. ¿Sabes una cosa? Creo que ese tipo todavía te ama -y colgó.

Mariana se quedó mirando el auricular antes de colgarlo, reflexionando sobre aquella última apreciación. Si Benjamin todavía sentía algo por ella más allá de la mera atracción física... aquél no era el tipo de sentimiento sobre el que pudiera construirse un matrimonio, o al menos el que ella deseaba.

Con bebé o sin bebé, eso sería exactamente lo que le diría cuando lo viera.

La oportunidad se le presentó mucho antes de lo esperado: cinco minutos después. Ya se disponía a salir de casa cuando llamaron a la puerta. Benjamin. Tenía que ser Benjamin.

-Buenos días -la saludó con voz profunda y controlada.

Mariana tenía la sensación de que aquel día iba a ser de todo menos bueno. Había retrocedido hasta el salón mientras Benjamin cerraba la puerta a su espalda. Llevaba desabrochado el traje de color gris claro y, contra su costumbre, iba sin corbata. Estaba despeinado, como si se hubiera pasado repetidamente las manos por el pelo, y mucho se temía Mariana que aquella furia que lo embargaba... estuviera directamente dirigida contra ella.

-Por tu expresión -empezó a decir Benjamin- puedo ver que ya has hablado con Howard. Así que sabes por qué he venido, ¿verdad?

-Sí -respondió con voz temblorosa.

-¿Tienes idea del tipo de infierno al que me has arrojado de cabeza? -gruñó, dando un paso hacia ella y deteniéndose luego bruscamente-. Y no pongas esa cara -le espetó furioso-. No voy a hacerte ningún daño. ¿Qué clase de hombre crees que soy?

-Benjamin, puedo explicártelo todo...

-Me dijiste que el niño era de Howard.

-No, yo nunca hice eso -balbuceó Mariana-. Fuiste tú quien lo dijo. Jamás me diste la oportunidad de desmentírtelo...

-Él me dijo que nunca se había acostado contigo, ni una sola vez -le informó Benjamin con tono acusador-. Ahora quiero oírlo de tus labios. ¿Es verdad?

-Sí, es verdad -admitió estremecida-. Pero yo nunca dije...

-Y yo fui el único hombre con el que te acostas¬te.

De pronto Mariana levantó la cabeza, cuadrando los hombros.

-Sí. Claro que tú fuiste el único.

Benjamín se preguntó entonces si sería consciente de lo hermosa que estaba en aquel preciso momento, con el cabello brillando como un halo castaño en torno a su rostro en forma de corazón, en el que destacaban sus enormes ojos de un color marron profundo. Parecía etérea, frágil incluso, cuando debía tener un corazón duro como el acero: le había hecho creer que su hijo era de Howard; se había mostrado implacable en su determinación de expulsarlo de su vida y de la vida de su hijo... Fue aquel último pensamiento lo que le impulsó a decirle:

-¿Qué derecho crees que tienes a intentar separarme de mi hijo? ¿Eh?

En aquel momento fue Mariana quien pasó al ataque, en un esfuerzo por disimular la culpa y el pánico que sentía:

-¡Oh, lamento tanto que las cosa no salieran a tu modo, Benjamin! Creíste que te llevabas a una preciosa muñequita muy útil para exhibirla en las ocasiones sociales adecuadas, y entretanto relegarla a un oscuro rincón de tu vida mientras te entretenías con tu amante, ¿no? Bueno, pues nada de eso. No tengo intención de que nadie me trate así. Ahora controlo mi propia vida, ¿entiendes?

Todavía no parecía que estuviera embarazada, pensaba Benjamin mientras la miraba. Llevaba un precioso vestido color melocotón, largo y ligero, que junto con las sandalias de cuero que calzaba la hacían parecer una jovencita de quince años. Pero no tenía quince años. Cumpliría veintiuno en octubre, y ya era una mujer casada. Era su esposa. Volvió a invadirle una ardiente rabia, y apretó los labios hasta convertirlos en una fina línea.

-Vas a venir a casa conmigo, Mariana. Ya me he hartado de todo esto -gruñó, tenso.

-Ni hablar -replicó, levantando la barbilla.

-¿Para cuándo esperas el bebé? -le preguntó Benjamin, haciendo un esfuerzo por dominarse.

-Para diciembre. En navidades, para ser más exactos -lo miró con expresión sospechosa, y entonces, para su asombro, la asaltó un intenso y profundo anhelo; en aquel preciso momento, deseaba a Benjamin. ¿Cómo podía sentir eso por él después de todo lo que le había hecho pasar? Benjamin se había casado con ella por su propio interés, la había manipulado... No podía permitirse ceder ante él.

-Puede que no seas consciente de ello, pero todo este lío es consecuencia directa de la manera en que fuiste manipulada e influenciada cuando eras niña. No puedes confiar en mí, ¿verdad? Tienes demasiado miedo al rechazo.

-¿Miedo al rechazo? -le espetó Mariana, incapaz de dar crédito a sus oídos. Benjamin todavía tenía el descaro de culpabilizarla de aquella situación.

-Exactamente. De niña te castigaban continuamente, te descuidaban de la peor manera posible, y eso es lo que te ha hecho tan vulnerable. ¿No es verdad?

-No, no es verdad -siseó ella-. ¿Te has olvidado de que apenas unas semanas antes de nuestro matrimonio le conseguiste a Gina un apartamento propio? Además, mi madre y tú conspirabais a mis espaldas para firmar ese tratado de negocios...

-Absurdo. Nadie conspiró sobre nada -la interrumpió con frialdad-. ¿Sabes?. Me temo que has desarrollado una especie de manía persecutoria.

-¿Cómo puedes decir eso? -exclamó frustrada-. Esas eran dos cosas de colosal importancia en tu vida, y ni siquiera me mencionaste su existencia. Yo era tu prometida, Benjamin, y me escondiste aquellos dos hechos. ¿Por qué? Porque pensabas seguir conservando a Gina como amante y porque tenías otros motivos para casarte conmigo.

-No quería molestarte con esas trivialidades.

Mariana se habría echado a reír si no hubiera estado tan furiosa.

-No te creo ni por un momento, pero incluso aunque eso fuera verdad, sería ya razón suficiente para que nos divorciáramos.

Quiero un compañero que me vea como una mujer real, y no como un apéndice decorativo que mantengas ajeno a los asuntos de verdadera importancia.

Quiero compartirlo todo con el hombre al que ame: todas sus decisiones, sus preocupaciones, sus buenos y malos momentos. No sólo quiero que me amen: también quiero que me necesiten.

-¿Y crees que yo no te necesito? -le espetó Benjamin, furioso.

-¿Tú sí lo crees? Yo sé que no. Eres autosufi¬ciente, Benjamin.

Unos pocos días atrás Mariana se habría sentido intimidada por su oscura expresión, pero desde el momento en que sintió moverse a su hijo, algo en su ser había cambiado. Llevaba un bebé en su interior, y ella iba a ser su madre: aquella convicción le había inspirado un amor furiosamente protector que se imponía a cualquier miedo.

Por otro lado, el mundo de Benjamin era el mismo que el de sus padres, y Mariana había sido una estúpida al esperar otra cosa. No quería que su hijo o su hija creciera pensando que el dinero podía comprarlo todo.

-¿En serio piensas que voy a permitir que arruines tres vidas? -le preguntó Benjamin, sombrío-. Eres mi esposa y éste es nuestro bebé.

-No puedes obligarme a que siga casada contigo si yo no lo quiero -replicó Mariana-, y tampoco puedes forzarme a aceptar tu dinero. Conservo una parte de la herencia de mi abuela, y eso me permitirá sobrevivir durante un año hasta que pueda llevar al bebé a una escuela infantil y poder de esa manera volver a trabajar.

-Antes tendrás que pasar sobre mi cadáver - rezongó Benjamin-. Lucharé en los tribunales hasta conseguir la custodia. Te lo advierto, Mariana: no ganarás.

-Y yo lucharé contra ti -replicó estremeciéndose visiblemente.

-Siéntate -le dijo él de repente al cabo de unos segundos de silencio-. Todo esto no le está haciendo ningún bien al bebé.

-No -embarazada o no, no estaba dispuesta a que la trataran como a una débil mujercita. Su experiencia de los últimos meses le había demostrado que podía arreglárselas muy bien sola.

-No te lo estoy pidiendo... te lo estoy ordenando -repuso Benjamin-. Siéntate.


-No tengo ninguna necesidad de sentarme - aquellas palabras quedaban desmentidas por la debilidad que sentía en las piernas, así que al final, a regañadientes, tomó asiento en el sillón-. Quiero que te vayas ahora. Sólo quiero que me dejes sola; creo que no es mucho pedir.

-No -respondió arrogante, con las manos en las caderas-. Tenemos que arreglar este asunto.

-No puedes acosarme de esta manera, Benjamin -levantó la barbilla con expresión desafiante.

-¿Acosarte? -gruñó incrédulo-. ¿Acosarte?

Benjamín parecía terriblemente ofendido, como si lo hubieran acusado de alguna práctica obscena, pensó Mariana con cierta satisfacción.

-Sí, acosarme -repitió con firmeza-. ¿Cómo entonces llamarías al hecho de haber irrumpido en mi casa así, imponiéndome tu presencia?

-Yo nunca he irrumpido en la casa de nadie, Mariana -repuso Benjamin con considerable dignidad y lejos de acosarte, he venido aquí a hablar de nuestro hijo. Nuestro hijo.

-Ya nos hemos dicho todo lo que podíamos decirnos.

-Oh, no, Mariana. Ni siquiera hemos empezado. Entérate de algo: nadie me arrebata lo que es mío, ni siquiera tú.

De pronto, se volvió bruscamente y salió del apartamento. Mariana oyó el ruido de la puerta principal al cerrarse y se apresuró a deslizar el cerrojo con dedos temblorosos.

Luego, agotada, se dejó caer en la alfombra. No fue consciente de cuánto tiempo estuvo sentada allí, en el vestíbulo, antes de obligarse a levantarse para prepararse una taza de café bien cargado.

Se la bebió rápidamente, quemándose casi, pero eso le proporcionó la adrenalina necesaria para mantener un tono de voz firme cuando telefoneó a la señora Bretton para decirle que esa mañana llegaría tarde a la tienda.

Después de quitarse las sandalias, se sirvió otra taza de café y permaneció sentada en la cocina, cerrando con fuerza los ojos, hasta que sonó el timbre de la puerta. ¿Quién podría ser? Esperó un momento, pero luego, cuando el timbre sonó de nue¬vo, se acercó sigilosamente al vestíbulo. Lo último que deseaba hacer en aquel momento era hablar con alguien, pero probablemente sería el empleado del gas o de la compañía eléctrica. Teniendo buen cuidado de correr la cadena, abrió tentativamente la puerta.

No era el empleado del gas ni de la compañía eléctrica; de hecho, en un primer momento, lo único que alcanzó a ver fue un enorme ramo de rosas y de lilas, réplica perfecta del que había llevado el día de su boda. El corazón le dio un salto en el pecho y empezó a latirle aceleradamente.

-¿Lali? -la voz de Benjamin era cálida y suave, lo más distinta posible del tono que antes había empleado-. Se me olvidaba decirte que estoy absolutamente entusiasmado con lo del bebé a pesar de... a pesar de todo.

Y siguió a sus palabras un breve e insólito momento de vacilación. Benjamin Amadeo jamás antes había vacilado, y por primera vez Mariana se dio cuenta de que estaba tan contento como ella con la perspectiva de tener un hijo. Abrió la puerta.

-Hola de nuevo -la saludó con la misma calidez.

-Hola -contestó Mariana, derretida de emoción sin que pudiera hacer nada para evitarlo, y miró las flores-. ¿Son para mí?

-Desde luego. Antes también me olvidé de decirte lo preciosa que estás. La maternidad te sienta maravillosamente bien.

-¿Preciosa? -inquirió entre asustada y sorprendida.

-Sí, preciosa -afirmó Benjamin con tono calmo-. Y hablando de maternidad... y de paternidad -añadió, irónico-: ¿te das cuenta de que hay decisiones en las que tengo derecho a participar? Tenemos que llegar a algún tipo de compromiso.

De repente Benjamin se estaba comportando de una manera demasiado tranquila y razonable, pensó Mariana. Y «compromiso» era una palabra que le resultaba ajena. Pero aun así... no podía seguir discutiendo con él durante toda la vida. Ella no era como Benjamin; no era tan dura, perseverante e implacable, y además lo amaba. Incluso a pesar de su traición, lo amaba.

Nunca sería capaz de volver a vivir con él, pero aunque sólo fuera por su propia tranquilidad de espíritu le convenía llegar a un compromiso con Benjamin, y ciertamente su hijo se beneficiaría del mismo.

-Pasa -lo invitó, aceptando las flores.

-Gracias.

-¿Quieres una taza de café? Acabo de preparar una cafetera.

-Sí, por favor -respondió Benjamin mientras entraba en el salón.

-Siéntate -Mariana le señaló uno de los sillones antes de refugiarse en la cocina, con el ramo apretado contra su pecho. «Tengo que mantenerme tranquila y serena», se repetía mientras ponía las flores en una gran jarra de cristal... con tan mala fortuna que se le cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos.

El ruido alertó de inmediato a Benjamin, que entró disparado en la cocina.

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