9 jul 2013

Traicion (adap) cap 2

▣ Chapter: O2

UN maravilloso aroma procedente de la cocina sacó a Mariana de sus reflexiones, y fue en ese instante cuando descubrió a Benjamin en el umbral del salón, observándola con una extraña intensidad. Se acordó entonces del niño, y se volvió bruscamente para disimular el terror que sentía. Por ningún moti¬vo debía saber Benjamin de su existencia. Durante los os¬curos días que habían seguido a su boda se había dado cuenta de que sabía muy poco de aquel hombre poderoso y enigmático con quien se había casado, pero había algo que sí sabía: era del tipo de personas que luchaban con uñas y dientes por lo que era suyo, y no cejaría hasta quedarse con su vástago. Mariana había sido educada por niñeras, y no tenía intención de que le sucediera lo mismo a su bebé. Era suyo, todo suyo, se dijo con fiereza.
-Ven a comer -le pidió Benjamin con voz tranquila pero firme.

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Poco después Mariana tuvo que admitir que la fina y esponjosa tortilla y el pescado frito aderezado con limón y finas hierbas estaban deliciosos. Benjamin ha¬bía abierto una botella de vino que encontró en la ne¬vera, y pareció levemente sorprendido cuando Mariana insistió en que sólo quería zumo de naranja, aunque no dijo nada.
Sin embargo, una vez que terminaron de comer y se sentaron en el salón a tomar el café, Benjamin sí que dijo muchas cosas. Demasiadas.
-¿Y bien? ¿Ya me has castigado suficiente o piensas seguir adelante con esta mascarada? -le preguntó con frialdad.
-¿Mascarada? ¿Crees acaso que esto es una far¬sa, un juego, Benjamin? Pues piénsatelo dos veces -repu¬so Mariana, tensa, mientras dejaba su taza en la mesa.
-Si te comportas como una niña, deberías espe¬rar que te trataran como tal. ¿Cómo pudiste marchar¬te así, sin decirme una sola palabra? Fue el colmo de la estupidez.
-Porque soy estúpida, Benjamin. Me creí cada una de las palabras que me dijiste, ¿no?
-Yo jamás te mentí -cuando ella lo miró entre incrédula y furiosa, añadió-: Parece que no estás de acuerdo con eso...
-Tú... tú me dijiste que me amabas.
-Y te amo, Mariana. Fuiste tú quien me abando¬nó, ¿recuerdas? Yo no me fui a ninguna parte.
-¿Y todavía te extrañas? Me dejaste en nuestra noche de bodas para irte con otra...
-Yo no escogí dejarte -repuso Benjamin con tono tranquilo-. Recibí una llamada desesperada de un ser humano que necesitaba ayuda porque yo era la única persona a la que podía recurrir.
«Por supuesto», pensó Mariana con una punzada de dolor.
-Te guardaste el secreto -lo acusó-. No me contaste lo que había sucedido aunque tuviste opor¬tunidades para hacerlo. Nunca me lo habrías dicho, ¿verdad?
-No, nunca te lo habría dicho. No tenía ninguna necesidad de molestarte con algo tan desagradable - respondió fríamente Benjamin-. Eso era mi problema, y tenía que resolverlo solo.
-Te casaste conmigo porque querías ampliar tu imperio comercial -declaró Mariana-, y no te mo¬lestes en negarlo; sé que es verdad. Y yo fui lo sufi¬cientemente estúpida como para dejarme manipular por ti. Pensabas seguir exactamente como hasta en¬tonces, ¿verdad? Yo no habría significado nada en tu vida. Jamás hubo un verdadero compromiso por tu parte.
-Todo eso no son más que patrañas, y lo sabes -replicó furioso-. Jamás te mentí. Si me hubieras preguntado por Gina, o por las conversaciones que mantuve con los abogados de tu madre, te habría di¬cho todo lo que querías saber.
-Eso es muy fácil de decir ahora -le espetó irri¬tada-, pero ¿cómo podía preguntarte por algo de lo que no sabía ni una sola palabra? -siempre se había considerado una persona pacífica, pero en aquel mo¬mento ansiaba atacarlo, hacerle daño-. ¿Le com¬praste ese apartamento a Gina tan sólo unas semanas antes de que nos casáramos?-le preguntó con voz temblorosa-. ¿Lo hiciste?
-No voy a responder a eso antes de explicarte las circunstancias de ese asunto -respondió Benjamin.
-Yo creo que sí lo hiciste -susurró desolada.
-Mariana, tenía responsabilidades que no podía eludir.
-Lo sé. Responsabilidades hacia tu amante.
-No, hacia un miembro de mi familia -murmu¬ró-. Gina es prima lejana mía, y su madre me había telefoneado desde Italia para decirme que tenía pro¬blemas y que necesitaba ayuda. No podía negarme.
-¿Sabía su madre que te acostabas con ella?
-Mi relación con Gina terminó ya antes de cono¬certe -explicó Benjamin, dominándose-. Es la verdad, Mariana. Te lo juro.
-No te creo -lo miró, dolida.
Aquellas palabras parecieron quedar suspendidas en el aire durante toda una eternidad. Desviando la mi¬rada hacia el jardín, Mariana se preguntó cómo podía el sol brillar con tanta luz y las flores y los árboles pa¬recer tan hermosos, cuando su propio mundo se estaba acabando, desmoronándose a sus pies. Pero tenía que terminar con aquello ahora; le resultaba incluso más perentorio después de aquella conversación.
Había pensado que Benjamin era distinto, había creído que realmente la amaba... pero él formaba parte del egoísta mundo de su madre, y no del de ella. No que¬ría pasar el resto de su vida con un hombre cuyos va¬lores eran los mismos que los de su padre. Coral lo había tolerado, pero Mariana sabía que se destrozaría a sí misma si intentaba imitarla; los dos últimos me¬ses se lo habían confirmado. Pero ahora ya sabía que había mucho más... No se trataba solamente de Gina, o de la fusión de los imperios comerciales de las dos familias. Durante su corto noviazgo de risas y felici¬dad, Benjamin nunca había hablado realmente con ella. Mariana había sido como una preciosa muñequita para él, una entretenido juguete que había decidido comprar, y ella había estado demasiado hechizada por su magia para poder descubrir los síntomas. Pero habían estado allí. Y era ahora cuando se estaba dan¬do cuenta.
-No lo hagas, Mariana -la fría voz de Benjamin la sacó de sus reflexiones-. Por una simple cuestión de orgullo herido, estás tirando por la borda algo pre¬cioso. Déjame explicarte; empecemos desde el prin¬cipio -luego, con tono urgente, añadió-. Todo se arreglará, créeme.
-Es demasiado tarde -Mariana le dio la espal¬da, disimulando el dolor que sentía-. A estas altu¬ras, ya es demasiado tarde. Nunca debimos habernos casado, Benjamin. Pertenecemos a mundos distintos. Y, en el fondo, tú también lo sabes.
-Ni hablar -negó airado-. Tú eres mi esposa y no renunciaré a lo que es mío.
La hizo levantarse de la mecedora y la abrazó con furia, besándola en los labios. Al principio Mariana se quedó demasiado sorprendida para resistirse, y luego, cuando comenzó a forcejear, su aroma y el sa¬bor de su piel empezaron a marearla, a aturdirla. Du¬rante mucho tiempo había estado ansiando aquel contacto, y mientras Benjamin seguía devorando su boca, un intenso y profundo anhelo comenzó a correr de pronto por sus venas.
-No... no... -le pidió, frenética.
-¿Por qué no? -Benjamin levantó ligeramente la ca¬beza, mirándola con ojos brillantes de deseo y aco¬rralándola contra la pared del salón-. Durante se¬manas enteras no he pensado más que en esto.
-No quiero -protestó con voz temblorosa, la¬deando la cabeza cuando él intentó volver a captu¬rar sus labios-. No quiero...
-Sí, sí quieres -gruñó con voz ronca-. Aque¬lla noche, nuestra noche de bodas, fue sólo como vis¬lumbrar el paraíso. Quiero más, mucho más. Eres mía, Lali; siempre serás mía....
Mariana se quedó paralizada, y se le heló la san¬gre en las venas. ¿A eso había quedado reducido el gran amor que había creído compartir con él? A un puro deseo, a una salvaje posesión animal. Benjamin no la amaba; no sabía lo que era el amor. La cabeza empe¬zó a darle vueltas mientras él continuaba besándola.
Se recordó que Benjamin le había comprado un aparta¬mento a Gina semanas antes de casarse con ella. Y se había reunido con su amante en su misma noche de bodas. Además, estaba aquel gran incentivo que le había hecho apresurarse a llevarla al altar: el lu-crativo negocio de la fusión empresarial. Sólo la ha¬bía tomado como esposa porque reunía todos los re¬quisitos que había esperado encontrar en la futura señora Amadeo, y porque le parecía que ya había llegado el momento de fundar una familia. Quería hijos, y ella era una conveniente máquina paridora. Lo odiaba.
Benjamin no pudo menos que notar su rigidez, y al cabo de un momento maldijo entre dientes. Levantando la cabeza, murmuró:
-No luches conmigo, Lali. Eres mía y lo sabes. No puedes ganar.
-Quiero el divorcio, Benjamin -cuando él retrocedió un paso, levantó la barbilla con gesto decidido-. Lo antes posible.
-Ni hablar. No -repuso con tono tranquilo pero con los ojos brillantes de furia.
-Hablo en serio -insistió ella con una tranquila dignidad.
-Yo también. Ya te lo he dicho: nunca renuncia¬ré a lo que es mío.
Mariana se llevó automáticamente una mano al vientre con actitud protectora, para luego recordarse que no debería permitirse gestos instintivos como aquél. Benjamin no era ningún estúpido. Mariana tendría que regresar a Inglaterra y luego volvería a desapare¬cer, hasta que el divorcio estuviera ultimado y nacie¬ra el bebé. Cuantas menos personas supieran de su embarazo, mejor para ella.
-No podrás evitar que me divorcie de ti, Benjamin - declaró Mariana con una actitud de tranquilo coraje que a ella misma la sorprendió-. Sucederá lo quie¬ras o no. En estos tiempos, ninguna mujer tiene que por qué seguir encadenada a un hombre contra su vo¬luntad.
-Ah, pero tú me amas.
Fue una réplica escandalosamente arrogante y ab¬solutamente acertada, y Mariana consiguió permane¬cer imperturbable sólo porque desde que era una niña había aprendido a disimular bien sus sentimientos.
-Yo fui el primer hombre que te tomó y preten¬do ser el último. Créeme.
-Hablas como si yo fuera una flor con miel para una sola abeja -repuso Mariana con amargura-. Y tú un hombre capaz de ir de flor en flor, ¿no? ¿Es eso?
-Yo no lo diría así -la miró sombrío.
-No tendrías ninguna necesidad de hacerlo -re¬plicó ella-. Esa visión sexista de las relaciones entre hombres y mujeres es tan antigua como el tiempo. Los hombres pueden retozar todo lo que quieran, mientras que la mujercita tiene que quedarse en casa y mantenerse tan pura como la nieve.
-Nunca te engañé diciéndote que no era un hom¬bre experimentado, Mariana -gruñó Benjamin con tono irritado-. Cuando te casaste conmigo sabías que ha¬bía habido otras mujeres antes de ti. Fui muy sincero en este sentido.
-Antes de mí, sí -suspiró profundamente-. Lo que no esperaba era que pudiera haber más des¬pués de mí; así de sencillo. Mira... -volvió a sen¬tarse en la mecedora, intentando sobreponerse a las náuseas que estaba empezando a sentir-.... no va¬mos ai ir a ninguna parte con todo esto y no me sien¬to muy bien; el calor y esta comida me han afectado al estómago. Por favor, vete, Benjamin. Necesito descan¬sar un poco.
Su extremada palidez hablaba por sí misma, y Benjamin se dio por vencido.
-De acuerdo, te dejaré descansar. Pero no creas que vas a desaparecer otra vez. Una vez puedo acep¬tarlo, pero dos sería un tremendo error. ¿Está claro? -inquirió sombrío.
Mariana se preguntó furiosa si acaso se creería que estaba hablando con uno de sus empleados, pero aun así asintió con la cabeza. De pronto Benjamin se vol¬vió en el umbral y la tomó nuevamente en sus bra¬zos, besándola a pesar de sus protestas.
-No puedo evitarlo -explicó, burlón-. Hay algo en esa palidez y en esa expresión cansada que me excita tanto...
-Pues yo no quiero que te excites -no estaba del todo segura de que le estuviera diciendo la ver¬dad, y eso la confundió aún más-. Ya no. No te de¬seo...
-Eso es mentira -la interrumpió con tono sua¬ve-. Me deseas tanto como yo a ti, pero no confías en mí y eso no me gusta. No me gusta nada.
-¿No te gusta? -lo miró incrédula, incapaz de dar crédito a sus oídos-. Bueno, eso es bastante in¬justo, ¿no te parece?
Benjamin se encogió de hombros con indiferencia, pero Mariana advirtió que había entrecerrado los ojos y apretado los labios. Nunca antes se había atrevido a hablarle así, y evidentemente eso no le gustaba lo más mínimo. Bien. Ya no estaba dispuesta a soportar por más tiempo la arrogancia de aquel hombre.
-Realmente no vas a hacerme caso, ¿verdad? - pronunció Benjamin-. Pero te creíste hasta la última pala¬bra de lo que te dijo la bruja.
Aquel apodo que utilizaba para designar a su ma¬dre solía hacerla sonreír, pero en aquel instante Mariana no sentía ninguna gana de hacerlo. Y se quedó helada al escuchar sus siguientes palabras:
-Y, para colmo, te echaste en los brazos de Wi¬lliam Howard. En él sí que confías. ¿Por qué, Mariana?
-¿William? -pronunció asombrada-. ¿Wi¬lliam te dijo dónde me encontraba? No le habrás... hecho daño, ¿verdad?
-No, no le hecho ningún daño -respondió Benjamin, fulminándola con la mirada-. No era consciente de que hubiera alguna razón para hacérselo, pero ahora empiezo a dudar de ello. Descubrí dónde estabas por otros medios; tengo algunos contactos...
Oh, claro, Mariana era muy consciente de quiénes eran aquellos «contactos»: Benjamin tenía suficiente dine¬ro para pagar cualquier servicio de investigación que se le antojara.
-¿Cómo es que Coral no conoce a ese William? -le preguntó en aquel instante Benjamin, interrumpiendo sus reflexiones.
-Mi madre jamás se ha interesado por mis ami¬gos, como tú bien sabes -«excepto por ti», añadió en silencio Mariana. En su momento su madre se in¬teresó muchísimo por Benjamin, y ahora ya sabía por qué-. ¿Le has preguntado tú por William? -le pre-guntó de repente, dándose cuenta de inmediato de que se trataba de una obviedad.
-Sí, lo he hecho. Es hermano de una antigua compañera de colegio tuya, ¿verdad? Eso es todo lo que sabía Coral. Mi... fuente me informó que se ha¬llaba fuera del país, cubriendo algún suceso en Ara¬bia Saudí.
- ¡Pero si esa información era secreta...! -le es¬petó Mariana. En su última visita del fin de semana anterior, el propio William le había asegurado que sólo escasísimas personas sabían de la existencia de aquella misión tan delicada.
-Pero él te la reveló a ti -repuso Benjamin con tono suave.
-Por supuesto que sí -Mariana había querido decirle que William le había confiado el destino de su misión porque era una vieja amiga de confianza que estaba viviendo en su casa. Pero en aquel mo-mento, a juzgar por su amenazadora expresión, era consciente de que Benjamin había malinterpretado su ino¬cente respuesta.
-Por supuesto. Mariana, ¿cuál es exactamente la relación que mantienes con ese tipo? -le preguntó con frialdad-. Quiero la verdad, por favor.
Mariana no salía de su asombro: Benjamin estaba ce¬loso. Celoso de William. ¿Quién era él para hablar de verdad?
-Volaste a Túnez a mediados de abril -añadió Benjamin-. ¿Dónde estuviste durante las dos semanas anteriores, cuando te borraste de la faz de la tierra?
-¿Cómo te atreves a sugerir que William y yo...? -exclamó indignada.
-Oh, claro que me atrevo, Mariana -la inte¬rrumpió, furioso-. Te lo pregunto otra vez: ¿dónde estuviste?
-En el apartamento de William -respondió con tono glacial-. ¿Vale?
-Entiendo.
-¡No, no entiendes nada! -le espetó Mariana-. William se ha portado maravillosamente conmigo, pero sólo somos amigos, eso es todo.
-No existe la amistad entre un hombre y una mujer... especialmente con una mujer tan hermosa como tú. Ese tipo tendría que estar hecho de piedra, y supongo que será un hombre de carne y hueso, ¿ver¬dad? ¿Qué edad tiene?
-Veintisiete. Pero no estoy dispuesta a seguir ha¬blando contigo de William. El, al menos, nunca me ha fallado.
-Apuesto a que no -se burló Benjamin-, pero si piensas seguir con él, será mejor que le reserves cama en algún hospital. La necesitará -añadió con feroz expresión.
-¡Tú no...! -lo miró horrorizada-. ¿Cómo te atreves a amenazar a William? Jamás te ha hecho nada.
-No es una amenaza... sino una promesa.
-¡No puedo creerlo! -estaba tan furiosa que apenas podía hablar-. Después de lo que me has he¬cho, todavía tienes el valor de oponerte a que Wi¬lliam y yo... -se pronto sintió un súbito mareo y se detuvo bruscamente, pálida.
-¿A que William y tú...? -insistió Benjamin, pensando lo peor de aquel repentino silencio.
-Somos simplemente amigos. Es tu mente des¬confiada la que lo trastorna todo. William es uno de los hombres más buenos que conozco, y ciertamente el más honesto. Es honrado, generoso...
-Ahórrame esa lista de virtudes, Mariana, por fa¬vor -repuso Benjamin con tono sarcástico-. Y ya que has hablado de mentes desconfiadas, ¿podría recor¬darte que tú no estás en condiciones de lanzar la primera piedra?
-¿Me estás diciendo que yo tengo una mente desconfiada? -le preguntó, asombrada y furiosa a la vez-. Me niego a seguir hablando de esto, no tiene absolutamente ningún sentido.
-Una regla para ti y otra para mí, ¿verdad? -le sugirió él con frialdad; con ello no estaba haciendo sino añadir aceite al fuego.
-Voy a acostarme -Mariana se levantó, tamba¬leante-. Yo... me estoy sintiendo peor y...
-¿Crees acaso que yo me siento bien? -fue la sarcástica respuesta de Benjamin, y luego, como ella no se atrevió a comentar nada, inquirió-: ¿Quieres saber dónde me hospedo?
-No.
Mariana le cerró entonces la puerta en las narices y salió disparada para el cuarto de baño donde, finalmente, pudo aliviar su estómago.


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