30 jul 2013

Traición (adap) cap 15

▣ Chapter: 15


Era fría aquella mañana de primeros de diciembre. Bien abrigada, Mariana se encontraba de pie ante la ventana del dormitorio, contemplando las oscuras nubes que prometían lluvia. Había pasado una noche inquieta, debido sobre todo a un recuerdo que la ha¬bía asaltado de repente y que desde entonces no la había dejado en paz.

Había sido su madre quien había activado aquel recuerdo cuando la llamó la tarde anterior por teléfono, antes de salir para las Bahamas.


SEGUI LEYENDO....

-¿Qué tal van las cosas? -le había preguntado Coral-. Confío en que ya te hayas acostumbrado a tu vida de casada... Recibí tu carta informándome de que estabas viviendo con Benjamin otra vez.

-También te escribí que no sería una situación permanente -le había recordado con firmeza Mariana-, pero me pareció que debía decírtelo en vista de que iba a dejar vacío el apartamento durante un tiempo. Una vez que nazca el bebé, volveré allí hasta que Benjamin me consiga algo más conveniente.

-Oh, ¿te lo ha dicho entonces? -le había pre¬guntado Coral sin demasiado interés.

-¿El qué?

-Lo del apartamento. Benjamin puede llegar a ser tan testarudo como tú, Mariana.

-¿A qué te refieres exactamente, madre?

Siguieron unos segundos de silencio, hasta que Coral respondió con tono cortante:

-Oh, ¿es que no te lo ha dicho? Bueno, supongo que ahora eso ya no importa, si vas a consentir que te consiga otra casa. Desde el principio, lo del apartamento fue idea de Benjamin... no mía. No quería que te gastaras dinero en algún lugar poco conveniente, así que lo arregló todo con el dueño del apartamento procurando que tú no te enteraras de ello. ¿Acaso no te sorprendiste de que el alquiler fuera tan bajo, Mariana? Estás pagando una mínima cantidad de su precio. Bueno, tengo que irme. Ya te llamaré cuando vuelva en enero.

Mariana se había quedado absolutamente sorprendida, anonadada, con el auricular en la mano. Benjamín se había preocupado por ella, tanto que había procurado allanarle el camino en secreto, sin que se enterara. «Oh, Benjamin, Benjamin...», exclamaba en silencio. Se sentía más confundida que nunca.
Aquella misma tarde de la víspera, cuando Benjamin llegó una hora después, Mariana se había servido de la excusa de que estaba cansada para retirarse a su dormitorio, sin mencionarle la llamada de su madre. Necesitaba pensar a conciencia sobre aquel suceso, asimilarlo bien antes de hablarlo con él. Todo se estaba volviendo cada vez más complicado.

Y ya por la noche, mientras yacía despierta en la cama, la había asaltado aquel recuerdo. De repente había vuelto a ver a su padre, a Linda Ward y a ella misma, de niña. Debía de haber tenido entonces unos cuatro o cinco años, y en el jardín de su casa se estaba celebrando una fiesta. Ella estaba sentada en el regazo de Linda, que se estaba columpiando en un balancín, y su padre se había reunido con ellas.
A partir de aquel punto todo se volvía borroso, pero su padre debió de haber estado muy brusco con ella, porque recordaba a Linda saliendo en su defensa y diciendo que era «la única inocente en todo esto», y que no era justo que se desahogara con una niña.
Y luego su padre se había echado a llorar. Ese era el recuerdo que más profundamente había quedado enterrado en su memoria, porque no había sido capaz de soportarlo. Pero, definitivamente, había llorado.

De pronto, el timbre del teléfono la sacó de sus reflexiones.

-¿Lali? -la voz de Benjamin era suave y cariñosa, y Mariana se conmovió profundamente-. ¿Cómo te encuentras?

-¿Que cómo me encuentro? -repitió, distraída.

-Anoche estabas algo pálida, y esta mañana, durante el desayuno, te dolía la espalda -le recordó Benjamin-. ¿Todo va bien?

-Ah, eso... sí, estoy bien -se apresuró a decir Mariana. Pero no, no estaba nada bien. Lo echaba terriblemente de menos.

-Han pronosticado un tiempo horrible, así que hoy podrías dedicarte a descansar en casa, poniendo los pies en alto. Si te sigue doliendo la espalda cuando vuelva, te daré un masaje.

¿Un masaje? Mariana recordaba la magnífica apariencia de Benjamin aquella mañana, vestido con un elegante traje y una camisa azul clara, con su tez bronceada y su delicioso aroma... Había tardado cerca de una hora en recuperarse. Y él le estaba hablando de darle un masaje...

-No... no hace falta -balbuceó-. Estoy segura de que estaré...

-¿Bien? -terminó Benjamin por ella con tono divertido-. Bueno, ya lo veremos. Hasta luego.

¿Cómo reaccionaría Linda si la viera?, se preguntó Mariana una vez que quedó nuevamente a solas con sus reflexiones. Quizá no quisiera ver a la hija de su antiguo amante... O quizá sí.

Linda recibió a Mariana con una cordialidad que la sorprendió muy agradablemente. Había sido una mujer hermosa, aunque no impresionante, y sobrellevaba muy bien su edad.

-Tengo entendido que esperas el bebé para muy pronto -le comentó Linda con una sonrisa-. Cada tarde de la pasada semana he estado buscando la noticia en los periódicos.

-¿De verdad? -inquirió Mariana, agradecida por el interés que le demostraba.
Una vez que Linda la condujo al salón, Mariana comprendió que no podía prolongar por más tiempo el momento tan esperado.

-Probablemente pienses que soy una estúpida - empezó a explicarle, vacilante-, y espero que no te importe lo que voy a decirte, pero es fundamental para mí. Mi madre me dijo hace algunos meses que mi padre y tú... -se ruborizó intensamente, sin que pudiera evitarlo.

La expresión de Linda se tensó, pero mantuvo la mirada firme mientras declaraba:

-No tengo nada que esconder, Mariana. ¿Qué es lo que quieres saber?

-No entiendo nada sobre ello, y tampoco es asunto mío, pero hay algo que me ha estado preocu¬pando... -era una situación difícil, horrible. Mariana se dijo que no debería haber ido allí...

Pero Linda le facilitó las cosas cuando, inclinándose hacia adelante y mirándola con cariño, la animó a continuar:

-Claro que también es asunto tuyo, Mariana.

A partir de aquel instante todo fue más sencillo, y una vez que Mariana hubo terminado, Linda permaneció callada durante unos segundos antes de proponerle:

-Prepararé un té y luego podremos hablar a fondo.

Estuvieron hablando hasta el mediodía, y cuando Linda le propuso que se quedara a comer, Mariana aceptó sin vacilar. Estaba tan contenta de haber ido a verla... y tantas cosas había aprendido de ella... El rostro de Linda se había iluminado cuando le habló de su padre.

-Nos conocimos demasiado tarde -le explicó con tono suave-, cuando su matrimonio con Coral ya estaba concertado y ultimado: dos familias que se conocían desde hacía años, y que deseaban estrechar lazos de esa manera. Ya durante la luna de miel tu padre comprendió que había cometido un terrible error, pero tú fuiste concebida en seguida. Nosotros nos conocimos algunos meses después -extendió una mano para tomar la de Mariana antes de continuar-: Tu madre... bueno, no pensaba tener un bebé, y tu padre siempre dijo que tu concepción había sido una especie de milagro. A ella no le gustaba en absoluto el aspecto íntimo del matrimonio. Pero así fue la cosa: tú ibas a nacer y tu padre no consideró adecuado romper el matrimonio hasta que fueras mayor.

-¿De verdad hizo eso? -le preguntó Mariana-. Pero si nunca demostró el menor interés por mí...

-Quería demostrártelo, pero tu madre fue muy inteligente al aprovecharse de su debilidad -repuso Linda con amargura-. Además, era un hombre que no exteriorizaba fácilmente sus afectos y estaba consumido por la culpa. Creía ser injusto contigo, conmigo y, por supuesto, con tu madre. Yo rompí con él varias veces... por su bien, que no por el mío -se apresuró a añadir-. Pero no podíamos vivir el uno sin el otro; era así de sencillo. Y a Coral, de hecho, no le importaba... -la voz de Linda no dejó de reflejar asombro, a pesar de los años transcurridos-... mientras él continuara siendo su marido formalmente y la permitiera vivir a su gusto. Casi llegó a estimular nuestra relación...

-Lo sé -afirmó Mariana, recordando todo lo que le había dicho su madre.

-Una vez que Coral te envió al internado, él pasaba la mayor parte del tiempo aquí -añadió Linda con tono suave-. Y luego... se fue. Junto con todos los planes que habíamos hecho juntos para el futuro.

-¿Y nunca más te relacionaste con ningún otro hombre? -le preguntó lentamente Mariana, con el corazón en un puño.

-No quise -sonrió tristemente-. El fue el único hombre para mí, y sé que yo fui la única mujer para él. Siempre fuimos fieles el uno con el otro. Es algo que a veces sucede.

Caían los primeros copos de nieve cuando Mariana se despidió de Linda aquella tarde, y subió al taxi que la mujer le había pedido por teléfono. «Es algo que a veces sucede»; no podía quitarse aquella frase de la cabeza. Se sentía tan emocionalmente afectada como si hubiera sido testigo de una terrible tragedia, y así había sido en cierto sentido, pensó mientras el taxi avanzaba por las calles que empezaban a cubrirse de nieve. Una antigua tragedia que había afectado a todos los que habían jugado un papel en ella. El hecho de que su padre hubiera sido empujado a un matrimonio sin amor y sus constantes remordimientos habían logrado afectar a todo el mundo... Y principalmente a ella, una niña en un mundo de adultos que entonces no había podido comprender. Pero ahora estaba viviendo en el presente, y podía analizar lo sucedido.

El dolor de la espalda que había empezado a sentir por la mañana estaba empeorando, mientras la nieve seguía tapizando de blanco las calles. Era hermoso, pensó Mariana maravillada. Y la vida era hermosa... lo era de verdad.

Y ella no quería desperdiciarla. Su padre había sido capaz de amar; a su propia manera, le había sido fiel a Linda desde el mismo momento que la conoció, porque la amaba. Su error había consistido en casarse con la mujer equivocada.

¿Y ella? ¿Se había casado con el hombre equivocado?

El taxista maldijo entre dientes cuando dos niños pequeños lanzaron unas bolas de nieve contra el parabrisas, pero Mariana ni siquiera lo oyó, tan impresionada estaba por aquel descubrimiento. Amaba a Benjamín con todo su corazón, y creía que él la amaba de la misma forma. Su padre, a pesar de su comportamiento frío y distante, había amado con desesperación a Linda Ward; y su frustración al no poder vivir con la mujer que amaba lo había minado por dentro, hasta causarle una prematura muerte.

Durante todo el tiempo Benjamin había querido cuidar de ella, incluso cuando lo rechazó por segunda vez. Había estado dispuesto a esperar, formando parte de su vida y de la de su hijo hasta que un día llegara a confiar en él. Ahora se daba cuenta. Ahora lo veía.

¿O acaso se estaba engañando de tanto como deseaba creer en lo que su propio corazón le estaba diciendo? Aspiró profundamente mientras observaba por la ventanilla del taxi la espesa cortina de nieve que caía de un cielo gris, y el leve brillo dorado de las farolas de la calle, apenas visible en la luz que desaparecía por momentos.

Amaba a Benjamin. Ella era hija de su padre, no de su madre, y lo amaba. Su padre había cometido un terrible error al casarse con una mujer equivocada, pero su propio error sería cien veces más grave si dejaba escapar al hombre adecuado a causa de su cobardía. A eso se reducía todo. Estaba asustada de abrir la puerta de su corazón y permitir la entrada a Benjamin, asustada del poder que con ello le daría, y de su propia vulnerabilidad. Pero si él la amaba como ella a él, se encontraría en la misma posición, ¿no? No había salida posible.

Continuó rumiando aquel dilema durante todo el trayecto hasta que el dolor de la espalda fue creciendo en intensidad y empezó a sentir unas ligeras náuseas. Eran poco más de las cuatro cuando el taxi llegó a Wimbledon, y ya antes de detenerse del todo Benjamin se apresuró a abrir la puerta.

-¿Dónde diablos has estado? -le preguntó furioso.

-Mariana estaba asombrada; no recordaba haberlo visto nunca tan enfadado.

-He ido a ver a alguien. ¿Qué es lo que pasa?

-Volví a casa al mediodía -exclamó alterado-, y la señora Watts no tenía ni la más remota idea de dónde estabas.

-Volviste a casa... -al recordar su llamada de teléfono, de pronto se sintió horriblemente culpable-.

Pero tú dijiste que no regresarías hasta las cinco... Oh, lo siento, Benja, de verdad...

Una vez despedido el taxi, Benjamin no volvió a pronunciar otra palabra mientras ayudaba a
Mariana a entrar en la casa, pero cuando cerró la puerta a su espalda le informó airado:

-He estado llamando a todo el mundo, incluso al hospital desde el mediodía. Ni siquiera William sabía nada.

-¿William?

-Sí, William. Le llamé para saber si habías ido a su casa -le explicó mientras la llevaba al salón-. Ese tipo se ha quedado tan preocupado como yo, así que será mejor que lo llames para decirle que ya has vuelto.

-Lo haré -repuso Mariana, pensando que Benjamin debía de haberse alarmado mucho para atreverse a llamar a Howard.

-Pero no antes de decirme qué es eso tan importante que has tenido que hacer en un día tan malo como éste.

Mariana sentía una extraña contracción en el estómago, pero apenas le prestó atención mientras intentaba explicarle por qué le había resultado tan importante y urgente ver a Linda aquel mismo día. Pero no sabía por dónde empezar...

-Yo... tenía que ver a alguien -pronunció al fin.

-¿Hombre o mujer?

De pronto Mariana se dio cuenta de que había otro sentimiento asociado a la inequívoca preocupación de Benjamin: ¿confusión, duda, celos? Lo miró anonadada.

-Benja, estoy gorda como un tonel. ¿No pensarás que...?

-No sabía qué pensar -la interrumpió furioso.

Pero Mariana había alcanzado a distinguir un brillo de alivio en sus ojos que la conmovió profundamente. Se estaban comportando como dos estúpidos, pensó estremecida.

-Fui a ver a la amante de mi padre -se sentó en un sillón frente al fuego, mientras hablaba; realmente estaba empezando a experimentar una incomodidad muy extraña-. Había cosas que tenía que preguntarle, cosas que necesitaba saber. Benja, se amaban. Quiero decir que los dos estaban realmente enamorados, como... como nosotros.

«¿Nosotros?» se había quedado absolutamente inmóvil.

-He sido tan estúpida -las lágrimas asomaron a sus ojos, pero parpadeó para contenerlas. Tenía que decírselo todo; ya no podía detenerse-. Ahora lo sé. Porque te amo más que a nadie en el mundo, y no puedo vivir sin ti, Benja. No quiero vivir lejos de ti, ni compartir el tiempo de nuestro hijo entre los dos. Yo... ya me he enterado de lo del apartamento, que lo pagaste por mí... -de pronto se le quebró la voz.

- ¿Lali? -rápidamente se arrodilló a su lado, besándola mientras murmuraba palabras incoherentes-. No vuelvas a dejarme otra vez, Lali -pronunció al fin, expresando toda la agonía que había padecido durante las últimas horas-. No podría vivir esa experiencia de nuevo y seguir cuerdo...

-No, no... -Mariana le acunó el rostro entre las manos, ebria de felicidad-. Suceda lo que suceda en el futuro, sean cuales sean los problemas con los que tengamos que enfrentarnos, estaremos siempre juntos, te lo prometo. Ya sé quién soy, Benja, por primera vez en mi vida.

-Tú lo eres todo para mí, Lali -le confesó Benjamin con tono suave-. Lo fuiste desde el primer momento que posé los ojos en ti.

-Lo sé -sonrió-. Ahora sí lo sé.

-Estaba dispuesto a esperar todo lo que fuera necesario hasta conseguir que creyeras en mí; tenía suficiente amor para los dos...

-Eso lo sé también. Y nada de divorcio, ¿recuerdas? -añadió Mariana con un tono levemente burlón-. Para no romper la tradición familiar.

-Ah... -entrecerró ligeramente los ojos-. Tengo una pequeña confesión que hacerte. Hubo un divorcio entre los ilustres antepasados Amadeo; más de uno, de hecho. Lo que pasa es que en aquel momento se me olvidó decírtelo...

-Qué vergüenza, Benjamin Amadeo -le recriminó ella.

-Bueno, quería ganar tiempo. No tenía ningún otro aliado.

-Hablando de tiempo... -Mariana lo miró intensamente a los ojos-. El dolor de espalda no era tal. Y estoy rompiendo fuente.

-¿Qué...?

-Que el bebé está en camino -le explicó, sere¬na-. Ya.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Lo Mas Leido