25 jul 2013

Traicion (adap) cap 12

▣ Chapter: 12


-Lo de la fusión de empresas fue idea de tu madre, y el beneficio de la operación fue íntegramente suyo -explicó lentamente Benjamin -. A mí me resultaba del todo indiferente.

Mariana asintió. Eso, al menos, sí podía creerlo. Y conocía bien a su madre.

-Entiendo.

-¿No hay nada de lo que te haya dicho... -le preguntó Benjamin-... que pueda suponer alguna diferencia? ¿Crees que te he mentido?


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No, Mariana no pensaba que le hubiera mentido. Creía en sus explicaciones, pero todo aquello no había hecho más que demostrarle que no estaba segura de él... ni de la capacidad de ningún hombre para profesar un amor duradero. El problema no era Benjamin, sino ella. Aspiró profundamente, con el corazón estremecido.

El problema siempre había estado allí. Más pronto o más tarde algo lo hubiera hecho estallar y Mariana habría tenido que hacerle frente de todas formas; habría sido mucho peor que eso hubiera sucedido tras el nacimiento de su hijo. Era ella quien no estaba hecha para el matrimonio. «Oh, Dios mío, ayúdame», rezó en silencio en un grito desgarrado que sabía no tendría respuesta alguna.

-¿Lali? -le preguntó Benjamin , lacónico-. Respóndeme.

-No creo que me estés mintiendo, pero... -se interrumpió bruscamente; ¿cómo podría explicárselo?

-¿Pero? -Benjamin sabía que tenía que dominar su impaciencia, pero le resultaba enormemente difícil. Ella no hacía más que poner obstáculos en su camino... en el camino de los dos.

-Pero no quiero seguir casada contigo, Benjamin -consiguió pronunciar Mariana con un tono de voz sorprendentemente firme.

-¿Tienes alguna razón en particular para ello? -le preguntó fríamente Benjamín.

-En primer lugar, porque nunca debí haberme casado contigo -respondió con cruel convicción. Ahora me doy cuenta de ello y... y lo siento. No es culpa tuya; antes pensaba que sí, pero no es culpa tuya. Es mía. No puedo confiar en ti, Benjamin. Creo que no soy capaz de confiar en nadie.

-¿Y si te dijera que yo puedo hacer que confíes en mí? -le preguntó Benjamin con tono cuidadoso, rezando para que las emociones que lo estaban desgarrando por dentro no afloraran a su rostro-. ¿Qué me contestarías entonces?

-Oh, Benja...

-Me estás diciendo que eso es imposible, ¿verdad? -le dijo él con una calma que estaba muy lejos de sentir.

-Sí -era una afirmación rotunda y definitiva.

-No lo aceptaré ni por un momento...

-Bueno, tanto si lo aceptas como si no, eso es lo que siento -repuso Mariana, cansada-. No quiero separarte del bebé: podremos resolver eso, y más cosas, pero quiero el divorcio. Y lamento lo de hoy; nunca debió haber sucedido...

-¡Qué diablos...! -la interrumpió, furioso-. Eres mi esposa.

-Pero nunca volverá a suceder -terminó la frase Mariana como si él no hubiera hablado-. ¿Quieres... quieres que me marche ahora mismo?

Benjamin pensó que, verdaderamente, estaba hablando en serio. Mirándola con fijeza, por primera vez en la vida se sintió absolutamente desorientado, sin saber qué decir. Mariana lo amaba, y sabía que él la amaba a su vez, y aun así seguía empeñada en divorciarse.

-¿Benja? Puedo volver al apartamento ahora mismo; estaré bien allí.

-Te quedarás aquí hasta que nazca nuestro hijo, Lali -de pronto supo exactamente lo que tenía que hacer-. Y luego te conseguiremos un lugar para ti y para el bebé, te lo prometo. Lo de hoy no se repetirá, eso te lo prometo también. Y no habrá divorcio.

-Benjamin, no puedo quedarme después de lo que ha sucedido hoy -protestó con voz temblorosa.

-Quedaré satisfecho con una separación indefinida -¿satisfecho? ¿a quién quería engañar?, se preguntaba Benjamin-. Quedaremos como amigos y educaremos juntos a nuestro hijo: dos hogares son mejor que uno, al fin y al cabo.

-Pero eso no es justo para ti. ¿No sería mejor que nos divorciáramos? -preguntó Mariana, aturdida.

-Nunca ha habido un divorcio en mi familia, y no pienso romper la tradición -le espetó Benjamin-. Contraje este matrimonio con el propósito de que durara toda la vida; y no he sido yo quien ha fallado en este compromiso -sabía que estaba siendo muy brusco, pero era su propia vida lo que estaba en juego. Si le concedía el divorcio, estaría perdido...

-Entiendo. No había pensado que... -Mariana se estremeció visiblemente-. Si es eso lo que quieres...

-Todo arreglado, entonces -Benjamin miró sus temblorosos labios, su cabello obscuro y sedoso, su piel finísima y traslúcida, y recordó todo lo ocurrido durante aquel día. Su excitación fue instantánea y violenta, convulsionaba sus entrañas mientras evocaba el recuerdo de su cuerpo desnudo, entrelazado con el suyo... Al fin, se obligó a levantarse lentamente y a rodear la mesa-. Calentaré la cena en el microondas. No tardaré ni un minuto.

-Yo... creo que no sería capaz de comer nada. No podría...

-Comerás, Mariana. Y descansarás, y harás todas las otras cosas que debes hacer para que tu embarazo se desarrolle con normalidad. Lo haremos perfectamente a partir de ahora, ¿de acuerdo? -como Mariana no contestó de inmediato, Benjamín se inclinó sobre la mesa mirándola a los ojos mientras repetía-: ¿De acuerdo? Yo cuidaré de ti hasta que tengas el bebé.

Siguió un larguísimo silencio, hasta que Mariana asintió con la cabeza.

-Creo que estaría perfectamente en mi apartamento, pero si quieres que me quede, me quedaré. Sólo hasta que nazca el niño, Benjamin. Luego las cosas volverán a ser como eran antes de mi accidente.

«Antes tendrás que pasar por encima de mi cadáver», le contestó Benjamin en silencio, pero repuso con tono suave:

-Por supuesto.

-De todas formas, creo que necesitamos consignar por escrito nuestra situación -añadió Mariana, incómoda-. Creo que eso nos facilitará las cosas...

-¿Eso crees? Entonces tu experiencia con abogados es distinta de la mía -repuso con tono suave-. Podemos llegar a algún tipo de entendimiento sin recurrir a esos buitres. Estoy convencido de ello.

Mariana lo miró dudosa. No tenía ni la más remota idea de lo que pretendía, pero no le gustaba nada. De todas formas, no podía discutir con él en aquel momento...

-Por cierto... -agregó Benjamin y se interrumpió durante unos segundos, fulminándola con su mirada letal-. Te adelanto una cosa: no lograrás expulsarme de la vida de nuestro hijo... y tampoco de la tuya.

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