22 jul 2013

Traicion (adap) cap 11

▣ Chapter: 11



¿Que quieres decir con eso de que nada ha cambiado?

Mariana había previsto que eso sucedería, que a Benjamin no le gustaría lo que ella tenía que decirle, pero nada la había preparado para la fiera expresión con que la miró al otro lado de la mesa del comedor.





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Aquel día había sido infinitamente dulce. Se habían quedado dormidos en la alfombra, frente al fuego, hasta que Mariana había empezado a sentir frío. Luego Benjamin le había hecho entrar en calor lenta, sensualmente, hasta encender una ardiente llama de deseo y anhelo en su interior...
Como la vez anterior, se había mostrado especialmente preocupado por su estado, pero para cuando ya la había besado y acariciado a placer, sus labios empezaron a explorar sus lugares más íntimos y secretos, haciéndola derretirse de pasión.
Nada los había distraído en aquel pequeño idilio, ni el fuerte viento ni la lluvia de la tormenta que estallaba en el exterior, ni el fax recibiendo un mensaje, ni siquiera el contestador automático, cuyo volumen había bajado Benjamin hasta convertir sus constantes mensajes en leves murmullos.

Se amaron y disfrutaron hasta el atardecer. Benjamin echó más leña al fuego y, después de vestir a Mariana con su albornoz, fue desnudo a la cocina en busca de algo que comer. Octubre había dado paso a noviembre, y para las cinco de la tarde el cielo estaba tan oscuro como si fuera medianoche.

Las nubes de la tormenta apenas dejaban pasar los rayos de una tímida luna que asomaba entre sus bordes.

Poco después Benjamin la había subido en brazos a la habitación. Estaba cansada y él lo sabía. Sus ojeras y sus labios hinchados testimoniaban un día entero de¬dicado al amor, pero cuando entró con ella en el cuarto de baño, fue la propia Mariana quien lo arrastró a la ducha, besándolo apasionadamente...

Durante las semanas que siguieron, Mariana no consiguió recordar aquel día sin evocar el maravilloso contacto de sus manos mientras la enjabonaba, y el de su duro y poderoso pecho bajo sus dedos mientras ella lo lavaba a su vez, explorando y acariciando su cuerpo bajo el agua...
Luego Benjamin la secó y le untó una fragante crema por los senos y el vientre, los brazos y las piernas, hasta los pies, antes de envolverla de nuevo en su albornoz y llevarla al dormitorio.

-Duérmete un rato -le dijo con tono suave mientras la arropaba-. Hay un par de cosas que tengo que resolver abajo, y luego cenaremos. ¿Quieres que salgamos fuera o prefieres que encarguemos algo? ¿Comida india, china, italiana?

-China -le sonrió Mariana; empezaban a pesarle los párpados. Apenas daba crédito a lo cansada que se sentía.

-Muy bien -se inclinó para acariciarle con ex¬quisita delicadeza el contorno de sus labios antes de volver a arroparla-. Duérmete, amor mío -le dijo antes de salir de la habitación.

Durmió profundamente, pero algún tiempo después se despertó sobresaltada. Incorporándose en la cama, fue poco a poco consciente de lo increíblemente estúpida que había sido. Había roto cada una de las promesas que se había hecho a sí misma. Cerró los ojos con fuerza, desesperada, recordándose que no podía amar a un hombre que no correspondiera a sus sentimientos. Como era el caso de Benjamín.

Benjamin podía ser tierno y cariñoso, pero le faltaba lo principal: capacidad para. comprometerse emocionalmente. Y ella lo había sabido desde el principio; no había tenido excusa. Y entonces, sabiéndolo, ¿cómo había podido hacer el amor con él?

Antes de casarse había tenido la excusa de no saber cómo era, pero en esa ocasión había sido diferente. Cuando la miró antes de abandonar la habitación, cuando le acarició sonriéndole con aquellos maravillosos ojos suyos... Mariana habría podido creer que ella era para él la única mujer sobre la tierra. Y eso era precisamente lo que Benjamin había querido hacerle creer. Probablemente hacía que cada mujer se sintiera especial, única; no podía evitarlo.

La propia Mariana se había educado en la casa de un hombre que no había podido comprometerse emocionalmente por entero ni con su esposa ni con su familia, y aquello había sido como un infierno en vida. No sólo culpaba a su padre; aquel extraño matrimonio también había convenido a su madre, y Mariana no tenía duda alguna de que si Benjamin hubiera escogido a alguien como Coral, habría sido feliz con ella, y ella con él, persiguiendo cada uno su propio objetivo.
Pero ella no quería eso. Quizá lo que buscaba ni siquiera existiera; quizá nadie fuera capaz de permanecer fiel a una persona durante toda su vida. Su infancia había sido tan solitaria, tan carente de contacto emocional... Conocía sus propias limitaciones y lo que podría llegar a soportar... y no podría soportar ver a Benjamin relacionarse con otras mujeres año tras año.

Si su concepción del matrimonio era un sueño idealista e imposible, entonces lo aceptaría, pero no se sometería, ni sometería a su hijo, a la tortura de vivir en un hogar desgraciado. Tenía que permanecer fuerte, y debía dejarle claro a Benjamín aquella misma noche, de una vez por todas, que nada, nada había cambiado entre ellos.

-¿Y bien? -la brusca pregunta de Benjamin la devolvió a la realidad. Su tono de voz era helado, más que frío, y la miraba con ojos entrecerrados-. Te he hecho una pregunta, Mariana. ¿Cómo tienes el valor de decirme que nada ha cambiado entre nosotros después de lo de hoy?

-Porque es verdad -la comida china que Benjamin había servido en la mesa se estaba enfriando, pero ninguno de los dos parecía darse cuenta de ello-. Yo... -le falló la voz, pero se dijo que al menos tenía que ser sincera con él, se lo debía, mientras se obligaba a continuar-: Te amo, Benjamin... siempre te he amado y probablemente siempre te amaré... pero no puedo vivir contigo. Somos... somos tan distintos.

-No lo somos en absoluto -gruñó furioso y luego, como ella continuaba mirándolo con una expresión de infinita tristeza, añadió con tono más suave-: No somos tan distintos, Lali, ¿es que no te das cuenta? Yo te amo... lo sabes ¿verdad? Y tú también me amas; acabas de decírmelo. ¿Qué más puede importarnos?

Mariana lo miraba con fijeza mientras registraba aquellas palabras en su mente. Benjamin pensaba que los dos se querían, pero eso no era suficiente. Sus padres se habían amado una vez antes de que su relación empezara a decaer. El amor desaparecería y moriría sin un fuerte compromiso que lo sustentara.

-Muchas cosas -respondió al fin-. Cosas como el asunto de Gina, o que me utilizaras con vistas a arreglar un acuerdo de negocios...

-De acuerdo, dejemos esto claro de una vez por todas -replicó irritado Benjamin, sentándose junto a ella-. Sólo escúchame sin interrumpirme ni una sola vez, ¿de acuerdo?
Mariana asintió, sabiendo que nada de lo pudiera decirle le haría cambiar de idea. Era demasiado tarde.

-Admito que fue una estupidez acudir a la habitación de Gina sin antes explicarte lo que estaba sucediendo empezó a decir Benjamin, sin dejar de mirarla a los ojos-, pero no quería que nada estropeara lo que había sido... -buscó la palabra adecuada hasta que la encontró-... una inefable
( "algo que no se puede explicar con palabras" ) noche de amor.

Mariana se removió inquieta en su asiento, pero no dijo nada.

-Gina y yo tuvimos una relación, como tú bien sabes -continuó Benjamin con voz firme- pero terminó meses antes de conocerte. Lo dejamos como amigos, y en realidad creo que nunca pasamos de la fase de amistad, como si siempre le hubiera faltado algo fundamental a nuestra relación. En todo caso, cuando necesitó mi ayuda, no podía darle la espalda.

Mariana se dijo que no quería escuchar aquello; de hecho, no la estaba ayudando nada...

-Estuvo enferma durante algún tiempo y perdió su trabajo, y fue por eso por lo que la ayudé a buscar un apartamento cuando su tía me llamó. La mañana de nuestra boda recibió los resultados de un chequeo que se había hecho la semana anterior: fueron positivos. Tenía una grave enfermedad que necesitaba un tratamiento largo y desagradable, y además no tenía ni dinero ni amigos cercanos, aparte de mí. Se asustó, fue tan sencillo como eso, y tomó un puñado de píldoras sin detenerse a pensarlo siquiera. Y luego... - se encogió de hombros-. Ya conoces el resto.

-Te llamó y tú acudiste a su lado -pronunció lentamente Mariana.

-Habría vuelto a hacer lo mismo en cualquier otra ocasión -repuso Benjamin sin pestañear-, con la diferencia de que ahora te habría llevado conmigo. Quería protegerte de todo, Lali, y...

-¿Tratarme como a una niña? -le preguntó ella-. Nunca has compartido nada conmigo, Benjamin. Ni el acuerdo con mi madre, ni lo de Gina... Nada. Durante todo el tiempo en que estuvimos saliendo nunca llegamos a hablar de verdad, y ahora me doy cuenta de que jamás estuvimos solos...

-Claro que quería estar a solas contigo -la interrumpió Benjamin, tenso-. Diablos, lo ansiaba, pero tú eras tan inocente, tan tímida, tan vulnerable... No podía creerlo cuando te conocí; ya no pensaba que existieran chicas así en el mundo. Pero me di cuenta de que eras real y me aterraba decir o hacer algo que pudiera asustarte. Tengo treinta y cinco años, Lali, y he tenido una vida sexual bastante activa antes de conocerte. Te deseaba con locura, pero quería hacer las cosas bien, no apresurarme. Y por eso decidí que si estábamos acompañados me sería más fácil. Así de sencillo.

-Pero... podíamos haber llegado a conocernos mejor... hablar, contarnos cosas; no necesitábamos hacer el amor -protestó Mariana con tono suave.

-Era demasiado arriesgado -declaró Benjamín con tono rotundo-. No confiaba en mí para no seducirte. Fue así, Lali.

Mariana lo miraba fijamente, sin saber si creer o no en sus palabras.

-Benjamin...

-Pero tampoco podía esperar -se apresuró a continuar-, así que aceleré todo lo posible los trámites del matrimonio. Sabía que te estaba apresurando, Lali; no tengo excusa en este aspecto. Sabía que serías la única mujer de mi vida, como lo fue mi madre para mi padre, y no podía arriesgarme a perderte.

-No confiabas en mí -era una penosa declaración, pero Benjamin no la refutó.

-Supongo que tienes razón -admitió-, aunque la raíz del problema es que no te reconocía como la mujer adulta que ya eras. Y tampoco podía dar crédito a mi buena suerte: que me amaras, que quisieras casarte conmigo. Yo he visto y hecho tantas cosas, y tú eras tan pura e inocente...

Mariana continuaba sentada en silencio, perdiéndose en la intensidad de su mirada. Quería creerlo, deseaba creer que era todo tan sencillo como le estaba diciendo, pero no podía. No estaba acostumbrada a los finales felices.

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