19 jul 2013

Traicion (adap) cap 10

▣ Chapter: 10

Los siguientes días transcurrieron en un ambiente entre amargo y dulce. «Más bien amargo que dulce», pensaba Mariana durante la mañana del quinto día, cuando la violenta punzada del dolor de espalda había terminado por convertirse en una sencilla molestia, y ya podía hacer visitas sola al cuarto de baño sin mayor problema.

En su primer día de forzado reposo, Benjamin le había instalado un aparato de televisión en el dormitorio, y le había comprado decenas de novelas y revistas para leer, junto con la caja de bombones más grande que había visto en toda su vida.


SEGUI LEYENDO...

Había sido el perfecto enfermero, cocinándole ligeras y apetitosas comidas, suministrándole bebidas, preparándole baños calientes, dándole masajes... Incluso le había lavado el cabello durante la tarde del cuarto día, para secárselo luego con el secador ya en la cama. Por cierto que el contacto de sus dedos en su pelo había sido una especie de exquisita tortura...

Por otra parte, a excepción de aquel primer beso que le dio el día de su llegada, Benjamin no había vuelto a demostrar por ella ni el más leve interés en el sentido físico o romántico de la palabra. Mariana sabía que estaba trabajando desde casa, en su despacho, pero la esfera de su trabajo no se inmiscuía para nada en aquella en la que se movía ella. Sabía que era injusto, pero cada vez se sentía más y más como un pájaro encerrado en una jaula dorada.

Así que durante la mañana del quinto día, después de disfrutar de un suculento desayuno, Mariana se lavó y vistió cuidadosamente y bajó las escaleras antes de que llegara la asistenta de Benjamin, la señora Watts. Se había cepillado el cabello dejándoselo suelto, se había maquillado y aplicado su perfume favorito, pero aun así se sentía nerviosa cuando llegó al vestíbulo y miró a su alrededor.

-¿Qué diablos crees que estás haciendo?

El tono de Benjamin era airado, pero la brusca réplica que se disponía a pronunciar Mariana murió en sus labios cuando se volvió para verlo: de pie en la puerta del despacho, iba vestido únicamente con un corto albornoz. Descubrió entonces que no podía apartar la mirada de su velludo pecho, visible entre los pliegues de la bata, de sus poderosos brazos, de sus musculosas piernas. Era abrumadoramente masculino, y su virilidad resultaba aún más inquietante a causa de su inveterada seguridad en sí mismo. Era un hombre que se sentía absolutamente cómodo con su propio cuerpo.

-No podía quedarme en la cama ni un momento más; me estaba volviendo loca -sonrió Mariana mientras hablaba-. Y tu amigo médico sólo me ordenó que pasara unos pocos días en la cama -le recordó con firmeza.

-¿Cómo te sientes? -le preguntó Benjamin después de asentir con la cabeza, acercándose a ella.

-Bien, bien, perfectamente -«oh, deja de balbucear, Mariana», se recriminó. Luego, más por decir algo que por otra cosa, añadió-: ¿Estabas en tu despacho, eh? Seguro que es el centro de la casa.

-Siempre he pensado que el centro de una casa es el dormitorio, no el despacho -murmuró él-. Pero ven a verlo, si quieres.

No esperó a que le contestara y, tomándola del brazo, la hizo entrar en la gran habitación que recordaba de los días inmediatamente anteriores a su boda. No era lo que ella había esperado. En lugar del aséptico ambiente que se había imaginado cuando él le habló de todo el equipo que había instalado allí, se encontró en un despacho cálido y acogedor. Una alfombra de color rojo cubría todo el suelo, a juego con las cortinas de la ventana, y estanterías de libros altas hasta el techo cubrían una pared entera. Otra pared se hallaba ocupada por el ordenador y demás aparatos, y en una esquina había una maravillosa chimenea.

-Oh, no recuerdo que esta habitación tuviera una chimenea -exclamó Mariana, encantada.

-Estaba aquí, pero tapada por un radiador eléctrico -le explicó Benjamin con tono suave mientras

Mariana atravesaba la habitación y extendía las manos para calentárselas al fuego.

-Me alegro de que la utilices. Me encantan las chimeneas.

-¿Lali?

Mientras ella se volvía para mirarlo, sorpresivamente Benjamin la tomó en sus brazos y la besó una y otra vez, apasionada y desesperadamente. De alguna forma las manos de Mariana se abrieron camino a través de la bata y sus dedos acariciaron el vello de su pecho. Su piel era suave y exquisitamente fresca.

-Oh, Lali, Lali, no sabes cuánto he deseado esto... -murmuró con voz ronca, acunándole los senos en las manos antes de apoderarse nuevamente de sus labios-. Estos últimos días han estado a punto de volverme loco...

Mariana llevaba un recatado vestido de cuello alto y mangas largas abotonado al frente, y no fue hasta que sintió sus ardientes dedos en su piel desnuda cuando se dio cuenta de que Benjamin ya le había desabrochado hasta el último botón, y que en aquel instante le estaba apartando el sujetador para desnudar sus senos. Pero mientras inclinaba la cabeza para tomar posesión con los labios de aquello que ya había acariciado, Mariana ya no pensó en resistirse.

Las piernas le temblaban tanto que fue un alivio que Benjamin la tumbara sobre la alfombra. Bastó sin embargo aquella pequeña interrupción para que se diera cuenta de que casi estaba desnuda, y un repentino acceso de pudor la impulsó a cubrirse.

-No, no, no voy a hacerte daño, pero déjame verte al menos -murmuró Benjamin con voz ronca-. Eres tan hermosa, tan increíblemente hermosa...

-¿Hermosa? -inquirió Mariana, sacudiendo la cabeza-. Benja, estoy gorda... -protestó avergonzada.

-No, eres hermosa -pronunció de nuevo-. Tu piel tiene un brillo que jamás antes había visto, y no soy capaz de explicarte lo que siento cuando veo tu vientre lleno y suave, sabiendo que contiene a mi hijo... Cuando lo sentí moverse, yo... Es un milagro, Lali.

En aquella ocasión fue Mariana quien lo besó en un gesto de inocencia que lo conmovió hasta lo más profundo de su ser. Pasaron un buen rato tocándose y acariciándose delante del fuego de la chimenea, tumbados sobre la alfombra, explorando sus cuerpos con total des-inhibición. Desapareció del todo el anterior temor de Mariana a que la viera desnuda. Benjamin la encontraba hermosa y deseable: podía verlo en sus ojos y en la ternura de sus caricias, y ella necesitaba tanto ser amada... Los siete últimos meses habían sido un verdadero desierto de dolor y de angustia, y después de los últimos días era imposible que se hubiera resistido; era tan sencillo como eso. El futuro era el futuro, y aquello era el ahora. Al fin y al cabo, era una mujer de carne y hueso; Benjamin era su marido, y lo adoraba.

-Benja, te deseo -susurró con voz temblorosa.

Ambos estaban derretidos de deseo, pero Mariana había percibido el freno que Benjamin estaba poniendo a su pasión. Comprendiendo el motivo, tomó su miembro y lo guió suavemente hacia su sexo.

-Lali, no quiero hacerte daño -se retrajo un tanto, incorporándose sobre un codo para mirarla-. Ha pasado tanto tiempo y te deseo tan desesperadamente que...

-Lo sé, lo sé. Pero no me harás daño; todo saldrá bien -le acarició lentamente, sintiéndolo estremecerse bajo sus dedos y deleitándose con el poder que ejercía sobre aquel hombre fuerte y orgulloso que en aquel instante cerraba los ojos de puro placer.

Lo guió entonces a su interior y empezó a moverse suave, sensualmente, observando su rostro mientras sentía convulsionarse su cuerpo. Lo amaba, lo amaba más que a nadie en el mundo, y lo necesitaba. Aunque sólo fuera por una vez necesitaba saber que era todo suyo, que su mente y su cuerpo estaban concentrados en ella y solamente en ella.

Los rítmicos movimientos se fueron acelerando y, como en su noche de bodas, Mariana se sintió transportada a otro mundo lleno de colores y sensaciones. Su posesión fue completa, y tanto más preciosa por la sensibilidad que demostró Benjamin al anteponer su satisfacción a la suya propia.
Las cumbres del placer se sucedieron, hasta que un último y estremecedor clímax los consumió simultáneamente, fundiendo sus cuerpos y sus almas. Cuando Mariana se derrumbó contra él, agotada, Benjamin la estrechó entre sus brazos con infinita ternura.

-¿Benja? -inquirió cinco minutos después-. ¿Estás despierto?

-¿Qué pasa? -le preguntó él con tono suave, desperezándose y atrayéndola hacia sí.

-Tu asistenta, la señora Watts... ¿y si viene y...?

-Es su día libre. Este día de hoy es nuestro, Lali, de los dos. Solamente de los dos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Lo Mas Leido