8 jul 2013

Traicion (adap) cap 1

Adaptado por: Mashe

Fue una boda de ensueño…, seguida de una noche de inolvidable pasión. Luego, Mariana descubrió que su flamante marido, el hombre al que adoraba la había traicionado… ¡Al segundo día de su matrimonio! Hizo las maletas y se marchó. Pero Benjamín Amadeo no estaba dispuesto a dejar ir a Mariana estaba decidido a encontrar a su esposa y a llevarla de vuelta a casa. Cuando lo hizo descubrió asombrado que ella tenía un secreto que ansiaba guardar a toda costa.

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TRAICION by: HELEN BROOKS


▣ Chapter: O1

La revisión que le hizo el médico no fue dema¬siado molesta, pero aun así suspiró de alivio cuando el hombrecillo le dijo: -Ya puede vestirse, señorita Esposito.
-Gracias -se sentía demasiado tensa para son¬reír.
Sentado ante su escritorio, con el cegador sol de Túnez entrando a raudales por la ventana, el médico se la quedó mirando durante unos segundos antes de preguntarle con su fuerte acento, algo azorado:
-Señorita Esposito, ¿qué le hizo pensar que se en¬contraba enferma?
-Ya... ya se lo dije -balbuceó Mariana, clava¬do en él sus ojos azules-. No me sentía bien, tenía mareos, y últimamente estaba empeorando. También me sentía muy cansada y... Luego, cuando empecé a tener náuseas constantes...
-Ya, entiendo. Señorita Esposito, en mi opinión disfruta usted de una excelente salud -le comentó con tono suave, aclarándose la garganta-. ¿Pero se da cuenta de que... ?-se interrumpió bruscamente antes de añadir-: ¿Es usted consciente de que está esperando un hijo?
Mariana se lo quedó mirando fijamente, demasia¬do impresionada para reaccionar.
-Yo no... no puedo estar... -murmuró confundi¬da-. No puedo estar...
-Con su permiso, me gustaría hacerle una prue¬ba de embarazo -declaró el doctor Fenez-, sólo para confirmarlo, porque estoy seguro de que debe de estar embarazada de unas doce o catorce semanas. Y ahora... ¿dice usted que sólo le ha faltado un perío¬do menstrual?
-Sí, aunque...
-¿Sí?
-Los últimos dos no fueron normales, ahora que pienso en ello. Apenas nada... -Mariana se dijo que aquello no podía ser, que aquel hombre tenía que es¬tar equivocado...
-Eso puede llegar a suceder en un primer emba¬razo... el cuerpo tarda su tiempo en asumir su nuevo papel. Porque supongo que es su primer embarazo, ¿verdad?
Mariana asintió, con la cabeza dándole vueltas. ¿Embarazada? ¿Su primer embarazo? Durante las úl¬timas semanas había considerado varias posibilida¬des, desde tensión nerviosa hasta algún tipo de quis¬te... No podía ser. Sólo lo habían hecho una vez. No podían haber tenido tanta mala suerte.
-Doctor Fenez... ¿puede una mujer quedarse em¬barazada la primera vez que...? -se interrumpió, avergonzada.
-Por supuesto -asintió el médico, disimulando su sorpresa.
La prueba de embarazo confirmó su diagnóstico. Mariana estaba definitivamente embarazada de tres meses.
El sol ya estaba muy alto cuando Mariana salió del edificio encalado de la clínica, y permaneció in¬móvil en la puerta por un momento, mientras intenta¬ba ordenar sus pensamientos. Llevaba en sus entra¬ñas un hijo de Benjamin.
Debería sentirse horrorizada, alterada, desespera¬da... se decía mientras empezaba a caminar lenta¬mente por el polvoriento empedrado, protegiéndose su melena rubia bajo su ancho sombrero de paja. Pero no era así. Se sentía simplemente perpleja, ab¬solutamente asombrada... pero encantada.
Se detuvo, levantando la mirada hacia el cielo azul mientras analizaba sus sentimientos. Sí, estaba encantada. Aquel bebé sería todo lo que le quedara de un amor que la había consumido con su pasión... el bebé de Benjamin. No se dio cuenta de que estaba llo¬rando hasta pasados unos minutos, y se apresuró a enjugarse las lágrimas mientras reanudaba su camino hacia casa a través de las calles atestadas de gente.
La pequeña casa blanca que había alquilado esta¬ba fresca y sombreada cuando entró. Rápidamente se quitó las sandalias y disfrutó de la deliciosa frialdad del suelo de mosaico bajo las plantas de sus pies des¬nudos mientras se dirigía a la cocina, situada al fondo de la finca. Mientras se servía un vaso de limonada de la nevera, recordó con tristeza que cuando entró por primera vez en aquella casa hacía tan sólo unas semanas, era como un animal moribundo a la busca de un refugio donde lamerse los heridas. Y aquella
pequeña y silenciosa casa, con su encantador jardín rodeado de eucaliptos, naranjos, limoneros y palme¬ras, había sido como un bálsamo para su alma. Se ha¬bría vuelto loca si hubiera tenido que quedarse en In¬glaterra un día más. Nunca olvidaría el inmenso alivio que sintió cuando subió al avión en el aeropuerto de Heathrow.
Terminó de beberse la limonada y se sirvió otro vaso antes de sentarse en la mecedora del salón, cer¬ca de los ventanales. Aquel era su lugar favorito de la casa cuando más apretaba el calor durante el día, y allí había estado sentada durante horas y horas con¬templando la vista... y reviviendo los últimos y des¬quiciados meses desde que Benjamin Amadeo entró en su vida.
Algo, por cierto, que no había hecho durante los últimos días. Su mente parecía haberse adormecido, casi paralizado. ¿Sería posible sufrir tanto sin llegar a perder la cordura? Ciertamente, cada vez que se ima¬ginaba a Benjamin con Gina, creía volverse loca. Benjamin Amadeo. Cerró los ojos con fuerza, pero todavía su figu¬ra alta y esbelta seguía frente a ella. Su cabello rubio oscuro, sus ojos azules y brillantes, su presencia devastadora...Lo había visto por primera vez en una habitación llena de gente y, desde el momento en que sus mira¬das se encontraron, comprendió que nunca más hom¬bre alguno volvería a impresionarla tanto. Era dife-rente a los demás. Tenía una especie de magnetismo sensual de mortal efecto, y las mujeres caían rendi¬das a sus pies. La propia Mariana había pasado por aquella experiencia...
Benjamin le había dicho que ella era especial, y la muy inocente se lo había creído. Abrió los ojos y sacudió la cabeza, asombrada de su propia estupidez. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua y confiada? Y, además, se lo habían advertido. Todo el mundo le había dicho que estaba loca al creer que Benjamin Amadeo podía llegar a comprometerse con una sola mujer. Y al final no lo había hecho; Mariana se había equivocado y todo el mundo se había limitado a murmurar: «Ya te lo había dicho».
Unos golpes en la puerta la sacaron de sus refle¬xiones. Durante los dos meses que llevaba allí no había recibido ninguna visita aparte de William Ho¬ward, un viejo amigo suyo que era el propietario de la casa. Había sido él quien le había ofrecido su re-sidencia de vacaciones en los oscuros y primeros días de su ruptura con Benjamin, y Mariana la había acep¬tado agradecida. Para ella había sido una cuestión de principios pagarle una cantidad en concepto de alquiler por Mimosa, que así se llamaba la casa, pero los padres de William pretendían visitarlo a fi¬nales de junio, así que Mariana sólo disponía de al¬gunos días más para seguir disfrutando de aquel santuario.
Había estado temiendo el día en que tuviera que regresar a casa, pero ahora... se llevó una mano al vientre con gesto protector mientras se disponía a abrir. Ahora tenía una razón para ser fuerte, una ra¬zón para recuperarse y concentrarse en su futuro. No le pediría ayuda a nadie: se enfrentaría con su propio destino y se labraría un lugar para su hijo y para ella... De pronto, cuando abrió la puerta, se quedó pa¬ralizada de sorpresa.
-Hola, Mariana -la saludó Benjamin con tono suave.
La joven no podía ni moverse ni hablar, y por un instante se preguntó si la oscura figura que tenía frente a ella no sería un producto de su afiebrada imaginación. Había pensado y soñado con él, lo ha¬bía sentido cada minuto de aquellos días y noches in-terminables que habían estado separados, pero aquel hombre de carne y hueso era mucho más poderoso y real que sus amargados recuerdos.
-¿Puedo pasar? Aquí fuera hace tanto calor que se podrían freír huevos al sol.
Pero Mariana no podía responder y luego, cuando observó que su boca articulaba unos sonidos que no alcanzó a oír, se dio cuenta de que se iba a desmayar. Su última visión de Benjamin, antes de que se la tragase una especie de túnel oscuro, habría resultado diverti¬da en otras circunstancias. Su fría e imperturbable expresión desapareció de inmediato para trocarse por otra de diversión y alarma mientras se apresuraba a sostenerla en sus brazos.
Cuando volvió a despertarse estaba tumbada en el sofá del salón, y abrió los ojos para encontrarse con la mirada furiosa de Benjamin, de cuclillas a su lado.
-No has estado comiendo bien. Has adelgazado mucho.
Aquello era demasiado; Mariana ya no sabía si reír o llorar
-¿Qué esperabas? Soy un ser humano normal y corriente, Benjamin; tengo sentimientos. Yo no puedo acti¬var o negar mis emociones a voluntad.
-¿Y yo sí puedo? -le preguntó él, irritado.
Pero Mariana no estaba dispuesta a dejarse intimi¬dar; eso fue lo que se dijo mientras se sentaba en el sofá.
-Sí -afirmó con amargura. Luego, como si de repente hubiera tomado conciencia de la situación, inquirió desafiante-: Y a todo esto, ¿qué estás haciendo tú aquí? Se suponía que no tenías que saber que yo...
-¿Dónde has estado escondida? Me he gastado una fortuna intentando encontrarte...- se interrum¬pió bruscamente, suspirando-. ¿Ya te encuentras mejor? -le preguntó, hundiendo las manos en los bolsillos de los pantalones.
-¿Mejor? -por un segundo Mariana creyó que se estaba refiriendo al niño-. Sí, ya estoy bien. Es sólo... el calor -se apresuró a decir.
-¿De verdad? -Benjamin escrutó su rostro pálido y demacrado-. Pues tienes un aspecto terriblemente débil.
-Bueno, ahora que ya me has saludado y dedica¬do incluso un cumplido, ¿por qué no te marchas? No recuerdo haberte invitado a venir.
-¿Habrías preferido que te hubiera dejado tirada en el umbral? -le preguntó Benjamin con tono desprecia¬tivo; ya parecía haber recuperado la paciencia.
-¡Pues sí! -luego, al ver la manera en que ar¬queaba las cejas, Mariana se corrigió-: No. Oh, ya sabes lo que quiero decir... Estaba perfectamente an¬tes de que tú vinieras.
-¿Seguro?
-Quiero que te vayas, Benjamin. Quiero que te vayas ahora mismo.
-Si acabo de llegar...
-Hablo en serio -levantó la barbilla, mirándolo frente a frente.
-Sí, tal vez. Pero tenemos cosas que hablar, Mariana, te guste o no.
-Ahí es donde te equivocas -replicó levantán¬dose del sofá. En el pasado siempre se había resenti¬do del hecho de que le sacara más de quince centímetros de estatura, pero en aquel momento aquella dife¬rencia resultaba humillante-
. No tenemos absoluta¬mente nada que hablar.
-¿Qué es lo que te pasa? -estalló Benjamin-. Escú¬chame de una vez.
-No me hables así -replicó Mariana con frial¬dad, procurando sobreponerse a la tensión que le re¬volvía el estómago-. Guárdate ese lenguaje para... -descubrió que no podía pronunciar el nombre de Gina-... para tus otras mujeres.
En cierta forma, Mariana aún no podía creer que le estuviera hablando a Benjamin de esa forma, como nun¬ca antes lo había hecho. Benjamin Amadeo siempre la ha¬bía amedrentado con su carácter implacable e inmi¬sericorde con aquellos que se atrevían a contrariarlo. Pero ya se había aprendido la lección.
-Me niego a volver a tener esta conversación. Me vas a escuchar, Mariana, pero por el momento... .lo que necesitas es comer.
-¿Comer? -lo miró como si estuviera loco-. No quiero comer nada, ya te lo he dicho.
-Y yo te lo estoy diciendo a ti -replicó Benjamin cruzando los brazos sobre su amplio pecho-. Mira, he estado viajando durante no sé cuántas horas y no he comido nada desde anoche. Estoy cansado, ham¬briento, y ya estoy perdiendo la poca paciencia que me queda, ¿vale? Además, y a juzgar por tu aspecto, a ti no te sentaría nada mal una buena comida. Y ahora... -levantó una mano con gesto autoritario cuando Mariana se disponía a protestar-... te prome¬to que una vez que hayamos comido, y hayamos mantenido una pequeña conversación, me marcharé.
-Quiero que te vayas ahora -insistió obstinada.
-No, Mariana.
-No tienes ningún derecho a entrar así en mi casa como... -se interrumpió bruscamente cuando Benjamin replicó, echando chispas por los ojos:
-Tengo todo el derecho del mundo. Soy tu mari¬do... ¿o es que te habías olvidado de ese pequeño de¬talle?
-Sólo hasta que terminemos de tramitar el divor¬cio -se apresuró a señalar ella-. Y... ya no uso mi nombre de casada.
-Es igual. Legalmente sigues siendo mi esposa, Mariana.
-Si sólo estuvimos casados un día...
-Y una noche -sonrió con expresión sardóni¬ca-. No te olvides de la noche.
Como si hubiera podido olvidarla. Con sus veinte años frente a sus treinta y cinco, había sido una presa fácil y Benjamin le había hecho vivir placeres inenarrables. A pesar de la precipitación con que había sido orga¬nizada, la boda había sido de ensueño, y cada mo¬mento había sido un prodigio de exquisito romanti¬cismo. Pero la noche... la noche había sido de inolvidable pasión.
Mariana recordaba haber estado muy nerviosa cuando Benjamin cerró la puerta de la habitación del hotel, y finalmente se quedaron solos. Nerviosa por su propia inocencia, por su probable incapacidad para satisfacer a un hombre mundano y experimentado como Benjamin.
Había conocido a Benjamin Amadeo al día siguiente de regresar de Rumania, donde había estado trabajando de manera solidaria en un orfanato antes de ingresar en la universidad. Diecinueve años tenía en aquel en¬tonces, y fue su madre quien los presentó. Coral Chi¬gley-Esposito estaba celebrando una de sus pequeñas fiestas, oficialmente para homenajear el regreso de su hija, pero en realidad porque le encantaban ese tipo de actividades sociales y aprovechaba cualquier pre¬texto para organizarlas. Incluso en ese momento po¬día recordar la expresión satisfecha de su madre cuando advirtió la mirada de interés que Benjamin le lan¬zó; todavía Mariana no era consciente del verdadero motivo que tenía Coral para desear una alianza matri¬monial entre los Chigley-Esposito y los Amadeo...
-¿Mariana? -la voz de Benjamin la sacó de su ensi¬mismamiento-. Supongo que esta casa tendrá una cocina, ¿verdad?
-¿Una cocina? -inquirió, señalando luego con la cabeza el arco de entrada-. Sí, pero si insistes en quedarte a comer yo...
-Siéntate; me temo que lo necesitas -le ordenó él con tono seco-. Ya prepararé yo algo para los dos. Procura descansar antes de que comience la ba¬talla, ¿de acuerdo?
No esperó su respuesta y se dirigió a la pequeña cocina. Sintiéndose muy débil, Mariana volvió a sen¬tarse en la mecedora. No era sólo que se hubiera sal¬tado el desayuno antes de la visita al médico; la culpa de todo recaía sobre Benjamin. Aún no lo conocía bien; eso tenía que reconocerlo. Su fugaz noviazgo y su rá¬pido matrimonio habían constituido todo un aconte¬cimiento público, y apenas habían podido estar solos durante los meses anteriores. Se preguntó por qué aquello no había despertado sus sospechas... Era na¬tural que las parejas recién comprometidas quisieran estar solas, pero Benjamin no había expresado deseo algu¬no en ese sentido. Teniendo a Gina a su disposición, ¿por qué habría de haberlo hecho?
Mentiras, mentiras... toda su relación había estado basada en una montaña de mentiras, y tan sólo unas horas después de consagrar su unión, el castillo de naipes se había derrumbado... La mañana siguiente a su boda, muy temprano, Mariana fue vagamente consciente de que el teléfono estaba sonando y, soño¬lienta, alcanzó a oír cómo Benjamin levantaba el auricular sin hacer apenas ruido. Lo oyó murmurar algo; lue¬go, sentándose bruscamente en la cama, Benjamin se le¬vantó para continuar la conversación en el salón de la suite, con la extensión telefónica que tenían allí.
Todavía estaba medio despierta cuando Benjamin vol¬vió al dormitorio y empezó a vestirse.
-Benjamin, ¿pasa algo malo?
-Sólo un problema de negocios que necesito re¬solver con Jack antes de que salgamos esta mañana para Jamaica. Sigue durmiendo, cariño. Sólo serán unos minutos.
Y, confiada, Mariana volvió a dormirse, agotada después de la noche de pasión que habían comparti¬do. Fue él quien volvió a despertarla besándola deli¬cadamente, pero cuando ella extendió los brazos en tácita invitación para que se acostara de nuevo, Benjamin negó con la cabeza y le recordó riendo que tenían que compartir el desayuno con los invitados que se habían quedado en el hotel tras el banquete de la vís¬pera. Se ruborizaba de humillación cada vez que re¬cordaba aquello...
En aquel entonces se había sentido algo dolida, antes de decirse que era una estupidez molestarse por eso. Aquél era su primer día de casados y tenían todo el tiempo del mundo por delante. Pero mientras se vestía, vio que Benjamin la observaba con una extraña ex¬presión, y no pudo quitarse de la cabeza el presenti¬miento de que algo no marchaba bien.
Benjamin ya no era el hombre apasionado y cariñoso de la víspera. Parecía diferente. Algo había cambia¬do, y ella no era capaz de precisarlo. Luego, sor¬prendentemente, en el lujoso y sofisticado salón del hotel había descubierto por qué se había negado a complacer su sensual invitación de aquella mañana. Benjamin había querido hacer una llamada de teléfono antes de que fueran a desayunar con los demás, y Mariana se había sentado en uno de los sofás a espe¬rarlo mientras hojeaba una revista. Por primera vez en su vida, en aquel preciso momento se había sen¬tido verdaderamente querida. La suya había sido una infancia privilegiada en el sentido material del término, pero sus padres nunca habían disimulado el hecho de que no habían deseado una hija, y que su existencia había supuesto una molesta intrusión en sus vidas.
Cuando a la temprana edad de siete años fue en¬viada a un internado, fue su niñera la única persona a la que echó de menos. A sus padres apenas los ha¬bía conocido. Y cuando su padre murió tres años después, Mariana había asistido al funeral de un desconocido. Siendo adolescente había intentado conocer a su madre, pero después de incontables re¬chazos había aceptado finalmente que nada la unía a ella.
Su madre era una persona frívola y habituada a un lujosísimo estilo de vida, que se preocupaba más de sus uñas pintadas que de los niños que se morían de hambre en el Tercer Mundo. La naturaleza dulce y bondadosa de Mariana la sacaba de quicio; lo consi¬deraba una debilidad, y la despreciaba por ello.
En aquella primera mañana de su vida Mariana estaba sentada esperando a su flamante marido, cuan¬do una voz familiar le preguntó a su lado:
-¿Mariana? ¿Qué diablos estás haciendo aquí es¬condida?
Coral no había tenido necesidad alguna de acep¬tar la invitación de Benjamin de que se quedara a pasar la noche en el lujoso hotel, ya que vivía muy cerca de allí, pero lo había hecho, lo cual no había sorprendi¬do en absoluto a Mariana. Su madre era así; se apro-vechaba de todo lo que pudieran ofrecerle gratuita¬mente.
-¿Escondida? -Mariana forzó una sonrisa-. No me estoy escondiendo, madre. Estoy esperando a Benjamin.
-¿Ah, sí? Realmente deberías ir con los demás y demostrarles que no te importa nada, Mariana. Es el único camino.
-¿Que no me importa nada? -repitió confundi¬da.
-Exacto -el tono de Coral era agudo e impa¬ciente.
-Madre, no sé de lo que me estás hablando. ¿Qué es lo que no tiene que importarme?
-¿Quieres decir que no lo sabes? -Coral se sen¬tó frente a su hija, cruzando las piernas con elegancia -. Yo pensaba que a estas alturas Benjamin ya te lo habría dicho -añadió con tono desaprobador.
-Vamos, continúa.
-Gina Rossellini, esa prima lejana de Benjamin, ingi¬rió anoche una sobredosis de barbitúricos. Estaba en la habituación contigua a la mía y se produjo una conmoción en todo el hotel. Estúpida mujer... Y todo fue para llamar la atención de Benjamin, por supuesto. Co-nozco a las de su clase.
-Madre... -Mariana movió lentamente la cabe¬za, asombrada-. ¿Qué estás intentando decirme?
¿Me estás diciendo que hay algo entre Benjamin y Gina Rossellini?
-Ella ha sido su amante durante años, niña; creía que lo sabías -pronunció Coral con tono irritable-. Todo el mundo lo sabe.
-Yo... ¿cómo podía saberlo yo?
-Bueno, el «cómo» ya no importa mucho, ¿ver¬dad? -repuso Coral-. La amante de tu padre lo sa¬bía desde mucho antes que yo y, si eres lista, procu¬rarás no estorbar esa relación extramatrimonial. Una amante es muy útil. Puede encargarse de todo ese... -arrugó su pequeña nariz con un gesto de disgus¬to-.... tipo de cosas que los hombres parecen encon¬trar tan importantes. Mientras Gina sepa dónde está su lugar, como le sucedió a Linda Ward, su misma existencia puede reportarte muchas ventajas.
-Linda... ¡la tía Linda!, ¿estás diciendo que la tía Linda era amante de papá? -inquirió Mariana, cons¬ternada. Siempre había considerado a Linda Ward como una de las amigas íntimas de sus padres, aun¬que su madre la había tratado con una extraña con-descendencia-. ¿Y no te importó?
-Claro que no. Todos los hombres tienen aman¬tes, hija, siempre que se lo puedan permitir. Por el amor de Dios, abre los ojos. Por supuesto, sería pre¬ferible que tuvieran un poquito más de control y dis¬creción que Gina, pero supongo que eso debe de ser explicable por su sangre latina. Las amantes existen para satisfacer ciertas necesidades básicas...; las es¬posas para los contactos sociales, el rango... y para la continuación del apellido familiar.
-Benjamin... Benjamin no es así -protestó Mariana, aturdi¬da-. No sé lo que sucedió con Gina, pero él ya no se ve con ella, lo sé. Y se ha casado conmigo porque me
ama, no a causa de mi apellido -concluyó, cerrando los puños.
-Tranquilízate, y que no se te ocurra montar una escena, Mariana. Por supuesto, Benjamin te tiene en gran estima, pero un alianza con los Chigley-Esposito tam¬bién le es muy útil. Hay muchos intereses implicados en ello.
-No te creo.
-Espero que no vayas a poner ahora las cosas difíciles, Mariana. Para ser una mujer adulta de veinte años, sigues comportándote como una chi¬quilla. Benjamin pasó parte de la noche en la habitación de Gina cuando ella lo llamó a su lado, así que aho¬ra enfréntate con eso y sigue adelante, por el amor de Dios. No sé cuántos de los invitados serán cons¬cientes de la situación, pero tú necesitas manejar este asunto con la elegancia que Benjamin naturalmente esperará de su esposa.
-No te creo -siseó furiosa Mariana, y Coral la miró sorprendida, encogiéndose en su silla-. Me das asco, ¿sabes? Siempre me has dado asco, aun¬que cuando era más joven no conseguía precisar esa sensación. Eres mezquina y egoísta, y sólo te preo¬cupas de ti misma. Jamás me has querido; nunca en toda tu vida has querido a nadie -se había levanta¬do antes de terminar de hablar, fulminándola con la mirada-. Ahora mismo voy a buscar a Benjamin, y sé que él me dirá que todo esto es mentira. Nos hemos casado por amor, algo que tú nunca comprenderás.
-Mariana. Siéntate y compórtate. Me estás aver¬gonzando.
-Ya no acepto órdenes tuyas, madre -replicó Mariana, tensa-. Me acuerdo de la escena que me montaste cuando dije en casa que quería ir a ayudar a los niños de Rumania, o las tácticas que utilizaste para impedirme que me fuera. Ahora soy dueña de mis propias decisiones; será mejor que lo recuerdes en el futuro.
Tanto estaba temblando Mariana cuando fue a ha¬blar con Benjamin que él no pudo menos que notarlo, y se apresuró a terminar de hablar por teléfono.
-¿Lali? ¿Qué es lo que pasa? -la abrazó deli¬cadamente-. Cuéntamelo.
-Mi... mi madre -Mariana suspiró profunda¬mente, procurando permanecer tranquila-. Ha dicho unas cosas horribles sobre ti y sobre... Gina.
-¿Qué cosas? -su tono tranquilo no revelaba expresión alguna, pero Mariana había leído en sus ojos el impacto de aquellas palabras.
-Dijo que Gina era tu amante -se apartó de él para mirarlo intensamente a los ojos-. Y que estás interesado en fusionar tus empresas con las de mi pa¬dre..
-¿Y?
-¿Te parece poco? ¿Es verdad?
-Lali, vamos a algún lugar tranquilo a hablar de esto.
-¿Dónde fuiste anoche, cuando dejaste nuestra habitación? ¿Fuiste a ver a Gina porque se había to¬mado una sobredosis?
-Mariana, no estoy dispuesto a hablar de esto aquí.
-¿Por qué lo hizo, Benjamin? -Mariana ignoró su ceño fruncido-. ¿Fue porque no podía soportar ver¬te casado con otra mujer? Y, en todo caso, ¿por qué te casaste conmigo? ¿Eran mis contactos mejores que los suyos? ¿He contribuido yo a engrosar el patrimo-nio de los Amadeo?
-¿Es eso lo que te ha dicho Coral? -le preguntó Benjamin, sombrío.
Pero él no lo había negado. No lo había negado. Mariana no podía creer que todo aquello estuviera su¬cediendo.
-Benjamin, ¿andas o no andas en negocios con la gen¬te que ahora administra los intereses del negocio de mi padre en beneficio de mi madre con vistas a una alianza? Dime sí o no -lo miró desesperada.
-Sí -respondió sin pestañear.
-¿Y pasaste parte de la noche con Gina cuando ella te llamó después de tomar una sobredosis?
-Sí.
-Y ella es tu amante.
Era una afirmación, no una pregunta, y Benjamin hizo gala de un absoluto control de sí mismo cuando res¬pondió:
-Hace tiempo mantuvimos una relación, Mariana. Pero eso pertenece al pasado.
-¿Por qué no me lo dijiste antes, Benjamin? ¡Y sobre todo sabiendo que ella estaría presente en la boda! - exclamó Mariana, aturdida.
-No era alguien relevante ni para ti ni para mí -respondió con tono suave-. Fue por eso por lo que no te lo dije -fue a tomarla del brazo, pero ella lo rechazó violentamente.
-¿Que no era relevante? -le preguntó amarga¬da. De pronto recordó algo que Benjamin le había mencio¬nado un par de semanas antes, y el corazón le estalló en mil pedazos dentro del pecho.
-Comiste hace poco con ella -señaló Mariana, rebuscando en sus recuerdos-. Dijiste que la estabas ayudando a comprar un apartamento, poniéndola en contacto con la gente adecuada -retrocedió unos pasos con la mirada ensombrecida de dolor-. Estabais preparando vuestro nidito de amor, ¿verdad? Y esta mañana, esta mañana... Te odio -y se dispuso a huir de allí.
-¡Mariana! -la tomó del brazo obligándola a quedarse donde estaba-. Escúchame. Puedo expli¬cártelo todo.
-Me dejaste en nuestra noche de bodas para irte con ella -pronunció lentamente Mariana, horrori¬zada-. Todavía la quieres, ¿verdad? Aún la amas. Cuando te llamó, te fuiste con ella y me dejaste.
-Mariana, me he casado contigo. Te amo.
-Dime que no sientes nada por ella. Dímelo - insistió acalorada-. Dime que no le compraste ese apartamento, que estoy equivocada.
Mariana leyó en su mirada que no se lo diría. No se expondría a que lo sorprendiera en una mentira se¬mejante.
-Me vuelvo a mi habitación. Quiero estar sola -le informó con voz temblorosa-. Más tarde me reuniré contigo y con los demás.
-Me voy contigo; este asunto ha ido demasiado lejos...
-No -lo interrumpió furiosa-. Necesito estar algún tiempo sola antes de bajar a desayunar... luego podremos hablar. Ahora no puedo. Simplemente no puedo -en aquel instante se le quebró la voz, y cuando Benjamin fue a abrazarla, volvió a rechazarlo con tanta violencia que a punto estuvo de caerse. No po¬día soportar que la tocara-. Por favor, Benjamin. Si sien¬tes algo por mí, déjame algunos minutos sola. Creo que al menos me debes eso.
-Esto es una locura -gruñó irritado-. ¡Y todo por culpa de tu madre!
-Te veré después -y se dirigió apresurada hacia los ascensores, entrando en el primero que vio sin mirar atrás.
Había medio esperado que lo siguiera, y cuando llegó a la suite y se dio cuenta de que Benjamin no había tenido ninguna intención de hacerlo... se deprimió aún más.
Sus equipajes para la luna de miel en Jamaica es¬taban apilados en una esquina. Mariana tomó sola¬mente su maletín y su bolso de mano y abandonó el hotel por la puerta trasera para evitar pasar por recep¬ción. Una vez fuera ya no supo qué hacer. No podía ir a su nueva casa de Wimbledon, ni al apartamento de su madre en Kensington, ya que serían los prime¬ros lugares donde Benjamin la buscaría. Se mordió el la¬bio, desesperada. Entonces se le ocurrió algo. Wi¬lliam. Podría ir con William.
William era hermano de una de sus antiguas compañeras de colegio, y Mariana lo había visitado muchas veces antes de abandonar Inglaterra para ir a trabajar a Rumania. Tenía un trabajo absorbente en la BBC que le obligaba a ausentarse con frecuen¬cia del país, pero ella sabía que precisamente la no¬che anterior había regresado a Londres de uno de aquellos viajes. Un par de semanas antes le había enviado una carta diciéndole que lamentaba muchí¬simo no poder asistir a tiempo a su boda. Lo mejor de todo era que Benjamin no lo conocía; ni siquiera sabía de su existencia.
William estaba en su casa, tal y como había pre¬visto Mariana. Nada más verlo, se echó a llorar en sus brazos. William la abrazó con ternura, murmu¬rándole palabras de consuelo y no haciéndole pre¬guntas hasta que se hubo tranquilizado; luego le preparó una taza de café bien cargado y estuvieron hablando durante toda la tarde.
Fue entonces cuando William le ofreció su casa durante todo el tiempo que la necesitara, con la invi¬tación adicional de que utilizara la residencia de Tú¬nez que había heredado de su abuela. Y Mariana ya no volvió a ver a Benjamin.

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